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Maneras de ser nacional

Qué le vamos a hacer: El Viejo Topo no acertó ni una. El capitalismo ha derrotado al comunismo y las naciones a las que en airado gesto condenó al basurero de la historia siguen vivitas y coleando. Resultado: los proletarios internacionalistas han devenido clase media nacional. Las naciones que, como el capitalismo, tenían los días contados cuando Marx se vestía de profeta, han llegado a ser la cuestión central de nuestro tiempo, sobre todo en los territorios de algunos viejos Estados como el español, que albergan en su seno diversas y enfrentadas maneras de ser nacional.La más pujante es la que siente la nación como una causa. Su figura retórica es la de nación como tarea, lucha, construcción: sus adeptos hablan el lenguaje de sacerdotes en misión, de soldados en la trinchera, de arquitectos a pie de obra. Afirman su existencia previa a la Constitución, pues se tienen como naciones "vigentes antes incluso de la aparición del Estado moderno en Europa". Llevan el ser nacional en la sangre, la lengua y la cultura y se afirman como comunidades étnicas que no han podido desarrollarse en Estado por haber tropezado con la barrera del Estado español; quieren ser soberanas y luego confederarse con otras naciones para que de ese pacto entre iguales surja como Venus un nuevo Estado confederal.

En el otro extremo se sitúan los que, a la vista de las ventajas que sus nacionales obtienen de entender la nación como una causa, quieren ser naciones aunque todavía no lo sean. El derecho le es reconocido muy gentilmente por los primeros cuando admiten que lo dicho en sus documentos sobre sus propias naciones es aplicable también a "otras realidades de pueblos y nacionalidades del Estado español", pues lo que importa para definir un pueblo o un espacio de derecho colectivo es "la voluntad de sus ciudadanos de desarrollarse como ámbito soberano". Aunque carezcan de lengua y cultura propia, basta la voluntad de ser nación para serlo. En esta manera caben andaluces y canarios, pero ¿cómo no habrían de caber también aragoneses y navarros, valencianos y leoneses, herederos todos de viejos reinos, éstos sí anteriores a la aparición del Estado moderno en Europa? Lo dicho: si quieren, pueden ser nación.

Y luego quedan los que carecen de nación ni podrán nunca tenerla. No es una paradoja. Son los que no tienen más identidad nacional que la procedente de un Estado, el español; no de una nación, la española, inexistente pues carece de territorialidad definida. Esta última especie no siente la nación como causa que defender ni como voluntad de ser, sino a la manera de Renan: como plebiscito de todos los días, como ejercicio de la ciudadanía adquirida. Su identidad no radica en rasgos comunes étnicos o culturales, sino en el ejercicio de los derechos democráticos dentro del territorio del Estado. Como no tienen nación que construir a base de achuchones, ni que inventar a base de manipulación, no creen en derechos ni deberes colectivos y se las arreglan como pueden para practicar los individuales.

¿Es posible que en un territorio relativamente pequeño coexistan esas tres maneras, y todas las híbridas que se quiera, de ser nacional sin romper el pacto firmado hace 20 años? Los primeros dicen que no, que lo ahora vigente no es más que el resultado de un contexto histórico en el que no pudieron llevar su causa hasta el triunfo; los segundos replican que depende de lo que consigan los primeros; los terceros, más bien perplejos, recuerdan que en este territorio donde tantas naciones florecen, construir un Estado es muy laborioso y derrumbarlo es cosa de días; pero que, en fin, si todos los demás tienen a sus espaldas esa fórmula imaginativa que en Canadá llaman "clara mayoría", pues adelante y que sea lo que Dios quiera.

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