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El ojo de una ciudad

María Fabra

Niños, jóvenes, adultos y ancianos. Burgueses y labriegos. Vivos y muertos. Germán Colón (Castellón 1871-1950) fotografió la sociedad castellonense de finales del XIX y principios del XX, quizá, sin saber que con ello contribuía a dejar plasmada una etapa en el tiempo ya dar eternidad formas de vida. Se convirtió en el "ojo de la ciudad", tal como indica Xavier Campos, el encargado de recopilar, organizar, dar sentido y analizar la muestra que estos días se expone en la Casa Abadía, patrocinada por la Fundació Bancaixa-Castelló. Ésta es la primera de una serie de exposiciones sobre la Historia de la Fotografía en Castellón. Pese a no ser el primer fotógrafo de la capital de La Plana, su trabajo ha merecido esta exposición monográfica. Germán Colón, el entrañable ha sido el título escogido para unir una serie de 50 imágenes en las que se percibe cierta evolución artística, aunque sin ostentosas aportaciones innovadoras a la fotografía de estudio. También es verdad que los elementos utilizados a finales del siglo pasado siguen siendo, prácticamente, los mismos que ahora aparecen en las instantáneas de los escaparates de los laboratorios comerciales. Unas flores, un libro, un espejo, una guitarra, un fondo nuboso, otro teatral, nada, conforman el ambiente junto al que quedaron plasmados los castellonenses de aquella época. Obviamente la iluminación, la técnica y los protagonistas han variado mucho, aunque las calidades que, casi siempre, utilizó Germán Colón permiten la exposición de su obra casi cien años después. La llamada democratización de la fotografía (etapa en la que Colón empezó su trabajo) permitió, con la pugna por rebajar los precios, la toma de retratos de integrantes de todos los estratos sociales. Sin embargo, de la muestra también se deduce que algunas familias tenían en Germán Colón su fotógrafo de casa, a quien encargaban la labor de impresionar el crecimiento y los acontecimientos más importantes de la vida de sus miembros. Precisamente uno de estos casos es el de la familia de la compositora Matilde Salvador, quien aparece con dos años. Pese a que "todos" acudían a los estudios, el oficio de fotógrafo estaba mal visto. Quizá por ello, los anuncios de los profesionales de la época (también Germán Colón lo hizo) aparecían con reclamos publicitarios de "fotógrafo/retratista-pintor al óleo". Así, trataban de establecer diferencias entre la imagen tomada a mano y la captada por una máquina, para aquellos que pensaban que ésta última no contribuía la cualidad artística del autor. También se utilizaron fotografías como tarjetas de visita o tarjetas postal, aunque éstos no fueron frecuentados por Colón. La presentación de las imágenes fotográficas corría riesgos semejantes. El papel sin el marco de cartulina impresa podía perderse en el anonimato de no ser por la formalidad que se adoptó en los retratos de estudio. El nombre y apellidos del autor, la dirección del laboratorio, aparecen marcados en los bordes añadidos, siempre, sin robar un detalle a la imagen. Si suculentas son las imágenes, algunas de ellas amarillentas, no menos lo son los pies de foto redactados por el profesor Campos, miembro de la Sociedad Valenciana de Historia de la Fotografía. Conocedor de la historia de la fotografía, entremezcla las descripciones de manera exquisita, irónica, burlona o bucólica, según la imagen y el momento en el que fue tomada. El espectador, el local en especial, tiene ante sus ojos la posibilidad de iniciar un recorrido curioso por la vida de paisanos pretéritos. Hombres y mujeres anónimos igualados, por la vida y la cámara. Familias que lucen sus mejores galas, músicos famosos junto a niños que asoman por primera vez su cuerpo al objetivo, que también dejó, para los ojos de finales del siglo XX, la imágenes de algunos cadáveres. Todos iguales, todos diferentes.

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