Veinteañeros para un veterano
Joven, ágil y dispuesto a aguantar el tipo ante cualquier adversidad. Estas tres características definen aproximadmente al grueso del público que ayer asistió al concierto de Lou Reed. Un concierto al aire libre, pero no apto para claustrofóbicos o admiradores con propensión al desmayo. Entre el público se echaba de menos a los antiguos admiradores del músico, que prefririeron desempolvar en casa sus viejos discos. Se perdieron la posibilidad de ver en vivo a su ídolo. Pero muchos de los asistentes tampoco llegaron a verlo porque, pese a desarrollarse en un lugar público, el concierto tuvo en la práctica un acceso restringido: unos lo disfrutaron al cien por cien y otros, la inmensa mayoría, debieron revivir en su mente la imagen del músico y asociarlo al potente sonido de su voz y su guitarra que propagaban los altavoces. Por exigencias del propio músico, amante de las pequeñas audiencias, sólo se habían dispuesto mil sillas, protegidas por vallas de seguridad, para seguir de forma cómoda el concierto. Miradas codiciosas, un pequeño motín justo antes de comenzar la actuación y, finalmente, la ocupación total de aquel espacio, el mejor situado, acabaron con las sillas y ampliaron el privilegio. Los más previsores se habían puesto en marcha semanas atrás: el hotel Colon, situado justo frente a la Catedral tenía varias habitaciones reservadas para aficionados acérrimos y pudientes (entre 21.000 y 41.000 pesetas). Los otros balcones de la plaza estuvieron en su mayoría desiertos durante la actuación.
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