"Tendré que morir para que le encarcelen"
Sobre la mesa hay dos ramos de flores metidos en botellines de agua y un libro de la biblioteca del hospital Ramón y Cajal. Se titula La fuerza del cariño. Ana Belén B.E., limpiadora de 25 años, no lo ha empezado, pero espera que sea mejor que la película. Lo dice con voz marchita. Yace en la cama del hospital y aún le duele la cuchillada en el pulmón que el día anterior le asestó su ex marido, Alejandro Miguel A. V., de 29 años. Aunque se muestra coqueta -"no me hagan fotos, no quiero que me vean enferma"- y está rodeada de familiares, reconoce que no le abandona el miedo de que Alejandro vuelva. Ahora, mañana o dentro de seis años. Da igual. Sabe que su ex marido ha jurado "no volver a fallar".Y también sabe que nada le ha parado hasta ahora. Ni la separación, ni las 17 denuncias por malos tratos que ha presentado contra él, ni sus desesperadas peticiones de ayuda por televisión, ni sus llamadas a la policía... Alejandro Miguel siempre ha conseguido alcanzarla y salir impune. En agosto mismo ya la atacó y de nada sirvió que la policía le arrestase y el caso saltase a la luz: a las 24 horas el juez le dejó en libertad. Luego, él volvió a perseguirla y el martes pasado, en un abarrotado ambulatorio de San Blas, le hizo sentir, con un cuchillo de cocina, el filo de su inmenso odio. "Y ahora volverá", musita Ana Belén.
P. ¿Aún tiene miedo?
R. Tengo más miedo que vergüenza. Llevo toda la noche pendiente de la puerta, de que se abra y aparezca él. Ha fallado y me han contado que está como loco, que en el calabozo no para de golpearse la cabeza con las paredes mientras grita: "Te voy a matar. No volveré a fallar".
P. ¿Pero no cree que los jueces la protegerán ahora?
R. No confío en los jueces; mis 17 denuncias han servido de muy poco. Siempre le han soltado. Me ha fallado eso que llaman justicia. Tendré que morir para que le metan en la cárcel.
P. ¿Y la policía?
R. Los agentes dependen de los jueces. Algunos te ayudan, pero otros, cuando vas a denunciar, te dicen que no sirve de nada, que es una pérdida de tiempo, que todo acabará en un mero juicio de faltas.
P. Y si esta vez le condenan, ¿qué hará?
R. Me iré muy lejos, donde no puedan encontrarme.
P. ¿No piensa acudir a una casa de acogida?
R. ¿Para qué? Ahí estás un mes, dos, tres, pero acabas saliendo y volviendo al lugar donde él te aguarda. Es cuestión de tiempo.
P. ¿Y cree que a usted le va a ayudar denunciar públicamente su historia?
R. Después de que me pegase en agosto, fui a las televisiones y a las radios y expliqué lo que me pasaba. Pedí ayuda y no me sirvió de nada. Pero, pese a todo el miedo que una pueda tener, no se puede dejar de denunciar, quizá no te escuchen, pero hay sitios donde ir, como el Servicio de Atención a la Mujer de la Policía. Hay que luchar.
P. ¿Cuándo la golpeó por primera vez?
R. Fue en 1992, poco después de casarnos. Mi hijo era un bebé. Él llegó a casa borracho como una cuba. Quiso coger al niño y traté de impedirlo. Y entonces me atizó. En 1996 nos separamos. Mientras vivimos juntos, nunca dejó de pegarme.
P. ¿Y tras la separación?
R. Él ha dejado de ser mi marido, pero yo no de ser su mujer. No lo acepta. Y ayer apuntó al corazón.
P. ¿Qué pensó al verle con el cuchillo en el ambulatorio?
R. Que había llegado mi hora. Si me salvé, fue porque tenía un spray de defensa.
P. ¿Qué haría usted con él?
R. Que se pudriese en la cárcel. Pero no lo hará. Saldrá y vendrá a por mí.
P. ¿Y sus dos hijos lo saben?
R. Mi hijo mayor, que ya tiene seis años, está fatal. No quiero que me vea así, en el hospital, ni tampoco puedo hablarle ahora. Le he llamado antes por teléfono y se ha puesto a llorar. Se imagina lo que pasa. Su padre le ha dicho tantas cosas... El pasado viernes fue a su colegio y desde la verja le dijo que me iba a matar.
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