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ELECCIONES EN ALEMANIA

El gran peso del liderazgo alemán

Helmut Kohl ha conseguido imponer sus criterios a Europa, y eso implica una gran factura

Pilar Bonet

El canciller alemán Helmut Kohl es el soporte físico e ideológico de un proyecto de Europa, cuyas raíces se hunden en dos contiendas: la Segunda Guerra Mundial, que provocó la división alemana, y la Guerra Fría, que concluyó al reunificarse el país. Si el canciller se eclipsa como principal artífice de la política europea y como portador de la "memoria histórica" de este siglo, el entramado de compromisos y cheques económicos y morales entre Alemania y sus vecinos occidentales y orientales, que Kohl ha tejido desde 1989, se difuminará para dejar paso a una realidad: Alemania es la primera potencia del continente europeo y, tarde o temprano, nuevas generaciones no lastradas por las dos postguerras deberán asumir las consecuencias.Está por ver si el Partido Social-Demócrata Alemán (SPD), cuyas categorías del mundo no le permitieron captar a tiempo la oportunidad de la reunificación, está preparado para los nuevos desafíos tras 16 años en la oposición. Y está por ver también si su candidato a canciller, Gerhard Schröder, será capaz de ir más allá de la defensa egoísta del bienestar de los trabajadores alemanes, a base de exportar los costes de ese nivel de vida a los socios europeos y de mantener largamente en la calle a los países del Este candidatos al ingreso en la Unión Europea (UE). En lo que se refiere a demorar lo más posible el ingreso de emigrantes que lastrarían el mercado de trabajo alemán, existe hoy consenso entre el SPD, que contempla el año 2006 como fecha para iniciar el ingreso, y la CDU, que quiere plazos superiores a los que le impusieron a España en su día y negociables caso a caso.

Los libros de memorias de los políticos y diplomáticos alemanes que, entre 1989 y 1990, estuvieron en la cocina de la reunificación revelan los chalaneos y grandes gestos que permitieron a Kohl convertirse en una figura histórica. Para allanar obstáculos y ganar voluntades, Kohl recurrió al talonario de cheques con una generosidad que todavía lastra la economía germana y prometió una fusión entre los destinos de su país y de Europa.

Pieza clave del plan fue el eje franco-alemán, que había sido el núcleo de la integración europea hasta la reunificación. Kohl tuvo que convencer a Mitterand de que la reunificación era un proyecto de interés común. Gracias a su "confianza personal" en el canciller, Mitterand es "uno de los primeros que digiere" el "shock de la unión alemana" y que "se decide a emprender el camino de la Unión Europea conjuntamente con Kohl y en contra de la actitud de parte de la clase política francesa", según afirma Joachim Bitterlich, responsable de la política exterior y seguridad de la cancillería en un libro recientemente publicado (Schwierige Nachbarschaft am Rhein, Werner Rouget).

Bitterlich, al que el semanario Die Zeit califica como "el apuntador" y, de vez en cuando, "el director" de la política de Kohl, señala que el "verdadero mérito internacional de la política alemana" en aquella época consiste en haber "absorbido" el "perceptible "shock de los socios y "haber activado la necesaria confianza en los alemanes".

El proyecto de la Unión Monetaria y Europea (UME) surgida del pacto franco-alemán no se está desarrollando de acuerdo con el guión de París, que lo veía como un apoyo a la estabilidad de los Estados nacionales, gracias a la estabilidad del marco. La polémica entre Francia y Alemania por la dirección del Banco Central Europeo (BCE) que tan penosamente evidenciaron el presidente francés Jacques Chirac y el canciller Helmut Kohl el pasado mayo, es, en última instancia, una pataleta por la "germanización" de la UME: El BCE tiene su sede en Francfort y está organizado a imagen y semejanza del Deutsche Bank. Por si fuera poco, los bancos centrales nacionales han sido obligados a ajustarse al modelo alemán, convirtiéndose en instituciones independientes del Gobierno, y el ministro de Finanzas, Theo Waigel, consiguió imponer un pacto de estabilidad y crecimiento que obliga a los países del euro a mantener los criterios de Maastricht sin fecha de caducidad.

El eje franco-alemán sigue existiendo, pero su carácter es cada vez más formal. Retórica al margen, las realidades económicas indican que Alemania puede entenderse bien con el Reino Unido en un mundo globalizado, que entra penosamente en conflicto con la cultura estatalista y centralizada francesa. En la cooperación europea hay ejemplos de las realidades cambiantes. Sin contar con París, las Bolsas de Londres y Francfort iniciaron una estrecha cooperación y uno de los problemas para la integración de la industria aeroespacial europea es el carácter estatal de este sector en Francia.

Las nuevas generaciones, si es que llegan al poder en Alemania el 27 de septiembre, pueden encontrarse con algunos viejos problemas, y deben estar preparadas para ello, si no quieren que los fantasmas del pasado vuelvan a resurgir y haya que echar mano de los "portadores de la memoria histórica". Uno de estos problemas son las reivindicaciones de las minorías alemanas que fueron expulsadas de los países del Este de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Hasta ahora, estas reivindicaciones eran un anacronismo que revivía en vísperas de elecciones, pero la situación puede estar cambiando. El 29 de mayo pasado, el Bundestag (Parlamento alemán) aprobó una moción, según la cual los expulsados y las minorías alemanas que vivieron en el Este han sido víctimas de una "gran injusticia" y deben tener la "libertad y el derecho a domicilio" en la República Checa y Polonia.

En Praga y en Varsovia han puesto el grito en el cielo. El ingreso en la UE les obligará a modificar las legislaciones nacionales que impiden el retorno de estos contingentes. El espinoso tema lastrará posiblemente las negociaciones de ingreso en la Unión Europea y se perfila como el motivo o la excusa que permitirá frenar la emigración de los europeos del Este.Por de pronto, la memoria histórica ya permite comparar los crímenes del nazismo con la expulsión de los alemanes. Erica Steinbach, la presidenta de la Asociación de Deportados, ha dicho: "De la misma manera que nosotros, como alemanes, tuvimos que superar la injusticia de los nazis, los polacos y la República Checa deben superar la injusticia que cometieron contra los deportados alemanes"

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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