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Reportaje:

China capea como puede el temporal asiático

Las autoridades de Pekín aflojan el ritmo de sus reformas, pero siguen resistiéndose a devaluar su moneda, el yuan

ENVIADO ESPECIALEn Pekín, las grandes cadenas hoteleras rivalizan por atraer turistas y hombres de negocios rebajando el precio de sus habitaciones. Shanghai, la bulliciosa capital económica de China, es ahora un poco más silenciosa. Las grúas trabajan menos porque numerosas obras están paralizadas. Sobran oficinas en los rascacielos, y sus proprietarios compiten como en Pekín recortando los alquileres.

En los alrededores de los grandes hoteles, algunos jóvenes que practican el mercado negro susurran al forastero que le compran sus dólares a nueve yuans -la cotización paralela llegó incluso a 9,2 por dólar- en lugar de los 8,2, el tipo de cambio fijado oficialmente. Los chinos avispados guardan la divisa estadounidense en efectivo en casa para proteger sus ahorros de una eventual devaluación.

Aquellos autorizados a poseer cuentas corrientes en moneda extranjera están convirtiendo a dólares parte de sus haberes en yuans. Prueba de ello es que en Shanghai, la principal plaza financiera, los depósitos en dólares aumentaron un 13% en el primer semestre, hasta situarse en 5.300 millones, según Business News, una publicación gubernamental.

La Administración estatal de cambio de divisas ha empezado a investigar a empresas que han transgredido la legislación cambiaria deshaciéndose de sus yuans. Proporcionan, por ejemplo, falsos certificados de importación para poder hacer pagos en el extranjero y transferir allí sus divisas. Pekín ha descartado, sin embargo, restablecer el exhaustivo control de cambios que mantuvo hasta mediados de esta década.

Éstos son algunos de los síntomas, más bien escasos, de cómo la crisis afecta a China. El mayor de los países asiáticos, la segunda potencia económica de la región, después de Japón, ha sufrido poco hasta ahora el huracán económico que golpea a sus vecinos. Y, a juzgar por los vaticinios de algunos analistas, tiene incluso bastantes probabilidades de salir casi indemne de la tormenta.

Su primer ministro, Zhu Rongji, el hombre que lleva las riendas de la economía, se está viendo obligado a disminuir el ritmo de sus reformas para evitar que el descontento social crezca demasiado. En parte porque las exportaciones están dejando de ser el motor del crecimiento y en parte porque las inundaciones del verano han causado grandes destrozos, lo cierto es que la expansión pierde fuelle. Sin un crecimiento fuerte es imposible absorber el paro que genera el saneamiento del sector público.

El propio Zhu ya lo ha dado a entender a principios de mes. Serán necesarios "arduos" esfuerzos para que el país alcance el objetivo de un crecimiento del PIB del 8% en 1998. En el primer semestre fue del 7%, y los analistas sospechan que el porcentaje será idéntico en el segundo. La Comisión Estatal de Desarrollo Planificado acaba de formular una previsión modesta para el año próximo de un 7%, en un país que hace tan sólo unos años rebasaba el 13%.

El 8% era un requisito mínimo. Por debajo de ese porcentaje, el equipo de economistas que rodea a Zhu teme que no baste para generar suficientes empleos y mitigar así el auge del paro provocado por el "aligeramiento" de las 300.000 empresas públicas -están previstos este año 3,5 millones de despidos- y la reducción del volumen de una Administración pública sobredimensionada. Sólo cabe ir más despacio en las reformas.

La cifra oficial del paro, en torno a un 4%, no refleja la realidad. Estimaciones más fidedignas lo sitúan en las áreas urbanas entre un 8% y un 10%, y, si continuase aumentando al mismo ritmo, podría alcanzar el 15% a finales del año próximo. Los que se incorporan a sus filas son en su mayoría obreros de las danweis, las unidades de trabajo en las que transcurría toda la vida de 140 millones de chinos. La fábrica, casi siempre mastodóntica, no era sólo un empleo, sino también una vivienda, una atención médica, una jubilación y hasta, durante algunos años, un lugar donde se distribuían los alimentos básicos.

Pero estas fábricas, casi siempre deficitarias -el conjunto de sus pérdidas representaba un 10% del PIB- por mucho que alcanzasen los objetivos de producción fijados por el plan, están cerrando o, por lo menos, despiden masivamente para tratar de salir de los números rojos y adaptarse al mercado.

En Pekín todavía no se han echado a la calle, pero en Wuhan, en Xian o en otras muchas ciudades de la vieja China industrial se puede ver con frecuencia manifestarse a los nuevos parados. La policía actúa generalmente con discreción. Se congregan ante alguna institución, a veces en la puerta del Ayuntamiento, y revindican trabajo y ayudas. Lo primero es casi imposible para los de más de 40 años; lo segundo, algunos prósperos municipios lo han concedido. A los que carecen de todo se les da un subsidio mensual de 180 yuans (3.132 pesetas).

Zhu, el primer ministro, quiere evitar a toda costa una explosión social que genere inestabilidad y resquebraje el clima de confianza que sigue imperando en China. A principios de agosto, el Gobierno central pidió a las autoridades regionales que fuesen más despacio a la hora de privatizar sus pequeñas empresas públicas. "La borrachera de venta de empresas se generalizaba, lo que perturba la tarea de encontrar un empleo para los despedidos de las empresas estatales", se lamentaba el Diario del Pueblo, órgano del Partido Comunista Chino. "Esto provoca serios problemas sociales en algunas zonas". Tampoco se ha fijado una fecha para la reestructuración de la Administración regional, y la supresión de la subvención de vivienda, prevista para el 1 de julio, ha sido aplazada.

Una posible solución para conseguir la expansión económica ambicionada por Pekín hubiese consistido en devaluar el yuan y reactivar así las exportaciones. Éstas sólo crecen este año un 5,5%, en vez del 20,6% de 1997. Pero no ha sido ésta la vía elegida por las autoridades, tras un cierto debate interno.

En las altas esferas del poder más de un jerarca, entre los que figura probablemente el ex primer ministro Li Peng, ha preconizado seguir el ejemplo de sus vecinos asiáticos. Numerosos empresarios y autoridades de provincias volcadas a la exportación han hecho presión para forzar una devaluación que permita a China recuperar la competitividad perdida (un 4% frente a Japón, un 30% frente a Corea del Sur y un 12% frente a la Asociación de Países del Sureste Asiático). No lo han logrado.

Casi a diario, algún que otro alto funcionario reitera que no habrá devaluación. Los efectos negativos de una depreciación superan con creces sus ventajas, repitió el miércoles, por ejemplo, el portavoz de la Administración estatal de cambio de divisas. El provecho comercial que se conseguiría en un primer momento, prosiguió, quedaría rápidamente aniquilado por el auge del precio de los productos importados y, sobre todo, por la cascada de devaluaciones competitivas con las que otros países de la región responderían a Pekín. Y quebraría además la confianza del consumidor nacional y del inversor extranjero en China.

A las razones meramente económicas para mantener la paridad del yuan se añaden otras de índole más político. La actual crisis financiera es la primera de la historia en la que China tiene un papel. "Y en su estreno en el reducido club de los protagonistas de la economía mundial, Pekín está intentando demostrar que es un actor responsable", afirma un diplomático acreditado en la capital china.

Zhu y el propio presidente Jiang Zemin se esfuerzan, en plena tormenta monetaria, por presentar a China como un oasis de estabilidad que contribuye con su actitud a evitar que Asia se hunda un poco más en el marasmo económico. Es más, Pekín tiende la mano a sus vecinos para ayudarles a salir del atolladero.

A través del Fondo Monetario Internacional ha puesto créditos por valor de mil millones de dólares (142.000 millones de pesetas) a disposición de Tailandia, 500.000 millones para Indonesia y, a principios de mes, acaba de hacer otro tanto con Rusia. Mantiene además un fluido diálogo con Tokio sobre las orientaciones de sus políticas económicas.

-El régimen chino cumple así la promesa hecha en junio por el presidente Jiang a su homólogo estadounidense, Bill Clinton, de no devaluar ni el yuan ni el dólar de Hong Kong, a pesar de que la ex colonia británica, cuyo pilar económico son los servicios, está perdiendo competitividad frente a sus dos grandes rivales asiáticas, Tokio y Singapur.

Algunos analistas extranjeros afincados en Pekín o en Shanghai sospechan, no obstante, que, cuando las aguas empiecen en Asia a volver a su cauce, el Gobierno chino procederá a un "ligero reajuste de la paridad del yuan" muy inferior a las devaluaciones practicadas en los demás países emergentes de ese continente.

La vía elegida por Zhu para intentar preservar una alta tasa de crecimiento consiste más bien en fomentar la demanda interna. A principios de año el Gobierno chino había incrementado ya la construcción de infrastructuras, y las tremendas inundaciones del verano pasado le proporcionaron nuevos objetivos en este ámbito. Una próxima emisión de bonos del Tesoro de 12.000 millones de dólares (1,7 billones de pesetas) servirá para fnanciar las obras. En los ocho primeros meses del año la inversión pública subió un 17,4%.

Esta política suscita elogios fuera de China. El informe de la Conferencia sobre Comercio y Desarrollo de la ONU afirma que alentar la demanda interna es una política "sabia". El Banco Mundial alaba, por su parte, los estímulos fiscales y las facilidades crediticias que Pekín otorga para mantener una elevada tasa de crecimiento. El Dresdner Bank alemán señala que China ha logrado un aterrizaje suave de su economía, cuyo ritmo de crecimiento ha tocado ya fondo y no debería ser inferior.

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