Aborto
Resulta especialmente repugnante, en estas vísperas de discusión del cuarto supuesto del aborto en el Congreso (existencia de un conflicto legal, personal o social), la actitud de los tibios, u objetivos o indiferentes, que utilizan sus espacios en la prensa o en los medios audiovisuales para -fundamentalmente, estoy hablando de "hombres", cualquiera que sea el significado de semejante definición- desentenderse del asunto, dejando que las mujeres representativas de cada partido exhiban sus posiciones, como si ellos no la metieran y no concibieran en vientre ajeno; como si la multiplicación consciente y responsable de la especie no fuera cosa suya.Pero no me voy a enemistar con la parte espermatozoide cuando tanto tenemos por decir de la parte episcopal, esa que siempre se calla oportunamente cuando hay golpe de Estado -no sea que, por un arrebato, se vayan a enemistar con el bando ganador-, pero que brama, aúlla, vocifera cuando tiene que pronunciarse acerca del placer, sobre todo si se trata del placer femenino. Por ejemplo: aún no dijeron palabra sobre la libre circulación de Viagra, pero imaginen, por un momento, que en su lugar se hablara de extender una píldora que potenciara el orgasmo múltiple de la mujer, su madre por antonomasia. Fulminarían a los farmacéuticos.
Bueno, si tan mal les sienta a los obispos el aborto, que piensen, en aras al dogma religioso, cuántas veces se sacrificaron seres humanos, por cuyo sacrificio sólo siglos más tarde se pidió perdón. Y que sigan pensando en gente como Galileo Galilei, o Savonarola, o cualquiera de los muchos que la Iglesia quemó, asesinó, sólo por defender ideas científicas sensatas y cabales. Verán cómo relativizan.
No nos venga ahora la Iglesia con que le aterroriza el asesinato. Que, en este caso, no lo es.
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