Un humanista en el mercado de Abastos
En esta época, las gentes escalfadas en la playa, aún huelen a algas y lucen en la sobreceja un desvaído código solar, regresan a sus frustraciones cotidianas, arrastradas por el otoño y con la nostalgia almidonada en el ropero. El Mediterráneo sólo resuena en las jarcias y en los sueños de quienes han levantado en sus aguas la aventura de la adolescencia y una cartografía de naufragios y divinidades, de almadrabas y miel dulce de esparto, de parrales y carpinteros de ribera, de fábulas milesias y queso fresco de cabra, de fragancia de aceite de nardo y filósofos vagabundos, de culturas mestizas y tragedias de diván: en el plasma sanguíneo de un privilegio fulgurante, el corazón bombea leucocitos, malvasía, nécoras, efigies de héroes, hematíes, residuos de papiro y plaquetas de acanto. El Mediterráneo es un fluido que se custodia en las venas y en las alforjas. Así se lo llevó Juan Luis Vives a Brujas, para echarle a sus canales unos criterios de fuego y ciprés. Juan Luis Vives, valenciano y erasmista, inauguró con Nebrija, el inventario de nuestro humanismo. Andrés Amorós escribe con pluma en libretas de papel florete y con el mar ventilándole el encéfalo y el sosiego. Desde el Mediterráneo, como una fuente de placer y rigor, hasta el Estado actual de la fiesta de los toros, no ha dejado de explorar, bajo sus lentes y su audaz curiosidad, la novela rosa, el prodigioso arte narrativo de García Márquez, la perseverancia literaria de Vargas Llosa, el Modernismo y postmodernismo, Clarín y La regenta, el teatro, el fútbol, las manifestaciones populares y todo aquello cuanto le espolea el interés intelectual y los sentidos: la fragancia de un arroz o de la brea del calafate, la lonja del pescado, el lebeche afilándole el perfil, como una palpitante evocación de los delicados frescos del Perugino. Auxiliadora, su mujer, lo repite: disfruta con el presente, estudia el pasado y apuesta por el futuro. Cada verano, Andrés Amorós despliega en El Campello un hedonismo nada cirenaico, sino racional e íntimo; pasea por el malecón y se sumerge en las ya poco lustrales aguas de un Mediterráneo acuchillado por el plástico, las viscosidades industriales y la bazofia de los almirantazgos. A veces, recorre el mercado central de abastos de Alicante: puestos de frutas y verduras, de carnes, de salmonetes, de sardinas y boquerones, de salazones; y regresa a su apartamento enjoyado de mojama y hueva de atún. Ese orden sosegado y satisfactorio, esa atención a cuanto le presenta el raído pellejo planetario, del gesto aparentemente ínfimo a la solemnidad académica; del ajetreo diario al estudio riguroso de la literatura contemporánea o de la tragedia griega, de la tauromaquía o de la zarzuela, de la gastronomía o de la sociología de la novela; lo sitúan en aquel espléndido ensanche del pensamiento y de la vida que experimentó su paisano Juan Luis Vives, en medio de una escolástica enfoscada y servil. José Luis Sampedro y Franciso Ayala le rubricaron el salvoconducto de humanista: uno de los pocos que quedan, mientras se ganaba los premios Nacional de Crítica Literaria, Nacional de Ensayo, Fastenrath de la Real Academia y otros varios, a la sombra de una timidez resuelta en sonrisa. Andrés Amorós Guardiola nació en Valencia, el 15 de febrero de 1941, y a los pocos meses se lo llevaron a Madrid. Su padre, alicantino de origen, y notario en su ciudad durante muchos años, emprendió la mudanza. Pero Andrés Amorós regresa a su mar, como si su mar le restaurara los colores y le suministrara yodo y cloruro, nitrato y lumbre, para instalarlo en su cátedra de la Complutense en una constelación de virtudes paganas. Con frecuencia se le ve en las Fallas o en las Hogueras o en el Misteri d"Elx o en las capitulaciones de Moros y Cristianos o en El Campello o en Valencia, donde dirige la Institució Alfons el Magnànim que el presidente de la Diputación Provincial, Manuel Tarancón, ha reedificado sobre la demolición calculada de la Institució Valenciana d"Estudis e Investigació.
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