La realidad
Hace poco, en un mercadillo de lo más tirado, he visto tamagochis a 300 pesetas y retratos de Lady Di a cinco duros. Vayamos por partes: Diana eligió ser un producto de consumo rápido, una hamburguesa con altos porcentajes de cartílago que en poco tiempo ha devenido en timo o materia en fase de expulsión. Asombra recordar que hace tan sólo un año acaparaba las portadas de la prensa más seria del mundo, como si se tratara de un objeto informativo de gourmet. Hoy todavía proporciona suculentos beneficios, pero en circuitos mediáticos intestinales. Sic transit caca mundi.El caso del tamagochi es más complejo debido a los nódulos de inteligencia artificial de que estaba dotado. La mascota causó al principio un furor consumista que será difícil de superar por otro bicho cibernético: el japonés agotó hasta el límite la experiencia maternal o fratricida que se puede tener con una pantalla interactiva. La realidad irreal da poco de sí. Lady Di, teniendo tanto de tamagochi en lo que se refería a hábitos alimenticios y excretores, nos ha durado un año. Ya no hay manera de vender nada sino como bisutería emotiva. Una agencia que ofrecía un tour por sus gimnasios se ha visto obligada a cerrar por falta de demanda. Está exprimida como una gallina para caldo.
Pero es que el tamagochi, teniendo más talento, no nos ha durado ni ocho meses. Regalas ahora uno de estos animales bulímicos y te lo tiran a la cara. Mucho nos tememos que los consumidores empiecen a exigir realidad real, porque la otra les deja con hambre. Quizá, pues, haya llegado el momento de abrir de nuevo el arca y, en vez de soltar naves espaciales, dejar escapar una paloma. Si regresa con un trozo de existencia en el pico es que ha pasado el diluvio y podemos salir a la realidad. Pero no tiene pinta.
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