Vacuna y supervivencia
Cada año, por estas fechas, formulo idéntico propósito: vacunarme, anticipadamente, contra la gripe, antes de pillar el primer catarro, que suele producirse, con rigurosa precisión, hacia la primera mitad de este mes de las uvas y el membrillo. El clima de Madrid se radicaliza y encoge la bonanza, que será espléndida a lo largo de septiembre y octubre, estirándose la dulce tibieza hasta noviembre vencido. Aunque una tendencia pesimista anuncia que podemos perder el dulce otoño, por culpa de El Niño, de los temidos desastres del milenio, del alcalde, ¡qué se yo!, dando bandazos entre jornadas tropicales y madrugadas boreales. Y es ahora cuando se producen las extensas bajas en el nutrido mundo de los ancianos, los asmáticos, los antiguos y los persistentes fumadores y cuantos vamos trampeando el implacable vencimiento del último plazo.Tengo la impresión y la experiencia de que las personas mayores -los viejos, dejemos de hacerle regates a la semántica- han aprendido mucho y se encuentran cada vez mejor preparados ante la invalidez y la existencia vegetativa, para ejercer, con mesura, pero con firmeza, este transitorio deporte que es el vivir. Ahí están las estadísticas, con una creciente población vetusta, en absoluto dispuesta a extinguirse lánguidamente.
Hoy día los viejos somos capaces de cualquier cosa para seguir siéndolo. El pudor que producía la incapacitación, la debilidad y la impotencia ha desaparecido; muchos dejan clandestinamente el tabaco, la bebida y la gimnasia reproductiva, instalándose en las pensiones de jubilación, beneficiándose con el descuento en los espectáculos, el transporte público y las prótesis, abandonando la declaración de la renta y aprovechando la entrada gratuita en los museos nacionales. Disfrutan en los centros recreativos de la tercera edad, donde jugar al mus o al dominó con la boina puesta, ellas y ellos retozando en las excursiones del Inserso -quienes lo consiguen- sin otro límite que el de la propia resistencia; y en las antesalas de los ambulatorios.
Durante el verano, los que con mayor fruición se regalan en las playas litorales son los ancianos, mientras los desdichados descendientes duermen la mona o el mono hasta pasado el mediodía. Los mares que bañan nuestras costas reciben esos cuerpos decrépitos e infatigables, enfundados en bañadores de látex o en holgados calzones; cuando desconfían de la resaca recorren, con el agua a media pierna, las mojadas arenas, sorbiendo energía yodada a través de los pinreles. Recorred las piscinas del interior: ahí nos encontraréis, gorditos, arrugados, chapoteando las varices, exhibiendo, con dionisíaco descaro, los michelines y las flaccideces. Eso sí, a menudo cuidando de esos pequeños monstruos imprevisibles que son los nietos y los biznietos.
Esto dicho en cuanto a quienes la inercia de una vida diligente permite la automoción. Carezco de datos, pero tengo por pujante industria, en fase de prometedor desarrollo, la que se ocupa de la fabricación de sillas de ruedas. Son legión los ciudadanos que se desplazan sobre ellas, en ocasiones dotadas de un motorcito eléctrico, manejado con destreza por una audaz inválida o un tullido temerario. Van como motos. No pasará mucho tiempo hasta que sean suministradas por la Seguridad Social, salvo que un ministro del ramo disponga el silletazo, siempre transitorio. Ya no puede confiarse en que la televisión mantenga inertes a los mayores en el hogar, ni en parte alguna.
No nos dejemos embolicar, amigos coetáneos y, volviendo al inicio de esta superficial reflexión, ocupémonos de la gripe, nuestro más tortuoso y letal adversario. Quizá en lóbregas oficinas demográficas haya gente desalmada considerando el crecimiento negativo de la superpoblación que nos incluye. No atreviéndose a otra cosa, a cara descubierta, aplazan todos los años la llegada de las vacunas antigripales, con el débil argumento del cariz ofrecido por las mudables cepas que aprisionan el bacilo, pretexto que, personalmente, considero sospechosamente falaz y endeble. En mi fuero interno albergo serias dudas acerca de la idoneidad de estas inoculaciones, que cada temporada se demoran más. Luego nos echarán la culpa por haber olvidado la bufanda o la negligencia de ponernos en corriente. Estemos, pues, alerta, compañeros.
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