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Estorninos bursátiles

No sé a ciencia cierta la razón, pero el otro día, al leer un análisis sinceramente perplejo sobre las turbulencias de los mercados financieros mundiales, me vino a la memoria un recuerdo infantil, más bien una imagen fugaz y frenética: la de una bandada de estorninos. Solían aparecer avanzado el otoño, cuando los días se despiertan entre brumas y la tierra se tiñe del color de las hojas caídas. Era fascinante el espectáculo que ofrecían moteando el cielo color hueso de centenares de puntos negros o componiendo inextricables melodías sobre el pentagrama del tendido eléctrico. Pero sobre todo me hipnotizaba su vuelo gregario y errático, alocado, imprevisible. Cuando se abatía de súbito sobre un olivar en sazón o un viñedo baldío, intuías que era la búsqueda de alimento lo que guiaba a aquel hormiguero volátil. Sin embargo, pocos segundos después la bandada impugnaba rabiosamente tu conclusión alzando el vuelo de súbito, sin motivo aparente, en medio de un desconcertado griterío. Y acto seguido regresaba el frenesí a los cielos, las cabriolas, los quiebros arriesgados y gratuitos, como si un comandante desquiciado estuviera al frente de la no menos desquiciada escuadrilla. Porque las más de las veces no se veía motivo para la pajaril estampida. Las campanas de la iglesia estaban mudas, no aparecía en el horizonte la silueta del gavilán y ningún agricultor ofendido había mandado plomo contra la formación. Y sin embargo, la mancha negra se agitaba en todas las direcciones sin llegar a ningún sitio, como si invisibles agujas la acosaran por todos los lados. En ese estado frenético podían continuar durante horas enteras, hasta que, de repente, sin causa alguna que ojos humanos pudieran adivinar, el enjambre se aquietaba y, espaciando su graznido coral, volvía a tierra. Es posible que el intento de hallar un sentido, alguna ley rectora, a la agitación bursátil de estas fechas haya suscitado la asociación. Mercados, estorninos.

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