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CRÍTICA » TEATRO

Depilar el aliento

El Público De Federico García Lorca. Intérpretes, Héctor E. Suárez, Yeyé Báez, María E. Diardes, Broselianda Hernández, Abel Rodríguez, Jorge Treto, Adrián Más, Carlos M. Caballero... Iluminación, José M. Domínguez. Vestuario, Vladimir Cuenca. Escenografía y dirección, Carlos Díaz. Teatro Olympia. Valencia, 8 de septiembre.La segunda actuación consecutiva de esta compañía cubana en nuestra ciudad permite establecer ya algunas de las que pueden ser constantes en su estilo. Tal vez no en vano Carlos Díaz figura en los papeles como responsable de la puesta en escena y de la dirección, una especificación infrecuente en otras compañías. La concepción de la puesta en escena es precisamente la clave de un criterio de estilo que oscila entre el entendimiento del teatro como ceremonia más o menos sagrada, donde confluyen varios movimientos de vanguardia de los años setenta, y la necesidad de profundizar en el texto mediante la proliferación de metáforas urdidas a partir del uso dramático de los objetos. Esa manera, sin duda más rigurosa de lo que parece, de hacer teatro encuentra en el texto de Lorca una auténtica piedra de toque para manifestar sus poderes y su capacidad de resonancia, acompañando al texto de los atributos escénicos del que se hará depender su sentido. Es un texto no sólo inacabado, sino también deslavazado si se lo compara con otros de apariencia más concluyente. Torrente de imágenes verbales, a veces bellísimas, Lorca afronta sus temas -el amor, el teatro, la necesidad de irrumpir en la apacibilidad de los montajes clásicos...- de manera un tanto oblicua, mediante un repertorio de construcciones verbales que al entrechocar entre sí producen la chispa que despertará el entendimiento. El resultado es una obra que consigue su plenitud mediante la acumulación de unidades dramáticas fragmentarias, orientadas en su dispersión por un levísimo hilo conductor al que se vuelve una y otra vez. Escuchando esta obra, queda claro, por si no le estaba ya, que para Lorca el surrealismo no es un juego de palabras más o menos afortunado que se instala en la extrañeza, sino una concienzuda indagación sobre el lenguaje verbal que evidencia en la brillantez de sus metáforas la exactitud de una precisión que sería de otro modo inalcanzable. Es, por ello mismo, un texto muy difícil de decir, y ante el que hay que optar por una resolución muy decidida. Aquí no tiene nada que hacer la monserga naturalista, ni, mucho menos, el realismo de mesa camilla. Porque estamos ante un artista, y no frente a un mero profesional de los oficios artesanos con su propensión a las artes decorativas. A esa dificultad se añade otra de magnitud equivalente, que es el carácter definitivamente misterioso de muchos pasajes de la obra. El arriesgado montaje de esta compañía cubana sale airoso de un empeño erizado de dificultades, optando claramente por la ceremonia de altura, aunque a cambio haya de ceder en ocasiones al estrépito. Un montaje estimulante y lleno de la saludable ambición de exprimir al límite los amplios recursos del teatro.

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