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Operación centro

Josep Ramoneda

Algún asesor de cámara habrá soplado a Aznar un teorema que manejan los sociólogos según el cual "lo que los hombres consideran real se convierte en real". Con este convencimiento se lanzó a predicar que "España va bien", con la confianza de que los ciudadanos, al creérselo, lo convertirían en real. La fuerza de las cosas ha obligado a olvidarse de la consigna mucho antes de que llegara la metamorfosis del eslogan en realidad. Pero Aznar no se desanima y retoma un viejo tema: el giro al centro. Aznar confía que por repetición, al modo pedagógico de la vieja escuela, los ciudadanos acaben considerando que su partido es de centro y que el centrismo del PP se haga realidad.De hecho lo que Aznar está haciendo es una exhibición del grado cero de la política. Poco importa que la política que se haga sea o no de centro. Lo único importante es el papel para envolverla. Sin cambiar un ápice de política se cambia la lija por el celofán. Se va Miguel Ángel Rodríguez y entra Josep Piqué, se va Cascos y entra Acebes. Piqué es el insuperable prototipo de político de centro: capaz de hablar y hablar sin decir nada, de disolver cualquier argumento en circunloquios y buenas palabras. Piqué de hecho no es importante por lo que dice, sino por la cara y el gesto: la cara redonda de niño bueno con una sonrisa que es un guiño para recordar que de joven también hizo alguna trapacería; el gesto de fiel servidor que nunca dirá una palabra de más, jamás cometerá la insolencia de soltar una idea en una conferencia de prensa. Perfectamente centrista, porque el centro no tiene contenido: el centro es la simple expresión geométrica de un dato elemental, una amplia mayoría de la gente, tanto de derechas como de izquierdas, tiende a la moderación. El centro es el punto en el que el fluir de las moderaciones se encuentra, ni más ni menos. Es el territorio de las encuestas.

Después de muchos años de suspirar por la democracia formal para librarnos del despotismo de las democracias adjetivadas, fueran orgánicas o populares, tendremos que empezar a suspirar por el contenido político de la democracia. En realidad, el show televisivo del año, el rito de castración pública del presidente Clinton por el fiscal Starr, responde al mismo momento de la democracia que la operación centro con la que José María Aznar quiere solemnizar la castración de la derecha española, con la esperanza de que la ciudadanía le pierda definitivamente el miedo. Ambos son ejemplos de la ridícula situación a la que puede llegar la política, cuando, perdida cualquier autonomía respecto a los poderes económicos, no tiene otra perspectiva ni otro contenido que mantenerse en el poder. Todo se reduce a una cuestión de estilo. Afortunadamente son personas y siempre hay un momento en que el estilo las delata. Situado en la posición cero, después de entrar en el juego de su propia ridiculización aceptando prestar la declaración ante el gran jurado, Bill Clinton tenía todavía una última oportunidad: podía asumir la verdad con cierta alegría, y pasar a la historia como el presidente que rompía ciertos tabúes, aún a costa de perder el cargo, o podía optar por las mentiras, las medias verdades y la hipocresía como vía de cumplimiento de las exigencias del puritanismo. Hizo lo segundo y dejó su imagen pública para el arrastre. Aznar ni siquiera tenía elección, porque carece de apoyos suficientes, porque la tradición de la derecha española está teñida de negro, porque los dineros no están para grandes alegrías y porque el estilo propio no cuaja. Sólo puede recurrir al maquillaje.

Dice Manuel Castells, en su impresionante trabajo sobre la era de la informática, que el mundo vive una situación esquizofrénica por la separación de la función y del significado. Aznar ha resuelto el problema y ha hecho del significado pura función. El desdibujamiento de la política y del pensamiento crítico reduce a los gobernantes a una función instrumental, de engranaje. Es un principio de la democracia que los gobernantes están de paso. Pero entre la sana conciencia de provisionalidad y la reducción a útiles de usar y tirar hay el largo trecho de la degradación de la política. Este verano dos acontecimientos tan dispares como el caso Lewinsky y la escenificación de la operación centro confirman la disolución de la política en su sumisión a la economía y en las pequeñas ambiciones de sus líderes.

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