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Elecciones en 55 días

En cincuenta y cinco días poco más o menos tendremos elecciones al Parlamento Vasco (¡que Dios nos pille confesados!). Pocos, muy pocos, saben lo que cada partido oferta como programa electoral. Y es probable que no lo sepa el día que vaya a votar. Incluso puede que esa circunstancia no importe demasiado: ocurre y ha ocurrido en las mejores democracias y no es necesariamente malo; cada cual intuye más o menos el sentido de su voto. Pero sucede que aquí, no es que no se entienda de programas; es que no interesan (o no de modo sustantivo). En estas elecciones interesa otra cosa, interesa ETA y lo que cada partido pueda hacer en relación a ella. Todos conocemos si éste de aquí propone el diálogo con la organización, aquél "sondearla" o el de más allá mantiene una postura firme en ese punto. No sólo se sabe, sino que cada cual se inclina a emitir su voto en relación con ese asunto sin importar otros que en buena lógica debieran interesar. A expensas de lo que dé de sí la campaña electoral, no muy prometedora a decir verdad, ETA ha logrado hoy por hoy que, como virutas de hierro en torno a un imán, todos nos posicionemos en relación a ella. En otras elecciones ha ocurrido que se hablara de violencia, de una siempre probable tregua barruntada -oh, casualidad- por el PNV, o de política de presos, pongamos por caso. Pero los temas centrales (repásense las hemerotecas) han sido otros: cumplimiento del Estatuto, posibles fórmulas de gobierno, promesas de transferencias o pactos con el Gobierno central, Seguridad Social y caja única, y otros de ese tono más o menos reivindicativo. Pero esta vez no; en esta ocasión el tema casi único es qué hacer con ETA. El mérito hay que atribuírselo en parte a la propia HB, a su "nueva dirección", como ahora se dice. Sin embargo, salvo cierto juego de salón y elementos de imagen (gesto menos crispado y tono más mesurado) apenas puede decirse que hayan modificado sus posiciones (véase su reciente borrador de Acuerdo Nacional o el nazismo callejero). La parte del león en este giro de foco se la lleva el PNV, que, ulsterizando el plan Ardanza, ha hecho que donde se decía "acuerdo entre partidos democráticos para contactar con HB", se diga "acuerdo entre abertzales". Los contactos PNV-HB y los fortísimos rumores sobre un debate en ETA han centrado la controversia política de modo casi monográfico. La falta de habilidad del PP en su día al facilitar la finta del PNV para clausurar la Mesa de Ajuria Enea y tener así las manos libres, ha ayudado también mucho. A uno le hubiera gustado otro debate para la campaña electoral. Pero, así las cosas, conviene tomar precauciones. Después de todo es un tema capital para el futuro de nuestra democracia. De entrada, pudiera ser que el PNV lograra presentar en campaña como creíble un final de la violencia tras un acuerdo PNV-HB (con un gobierno PNV-EA y, tal vez, ¿la vía quebequesa?; de hecho, ya firma acuerdos que proponen sobrepasar un Estatuto que estiman agotado). Las consecuencias serían penosas para la ciudadanía. Pero una fantasía feliz como ésa no "se estrellará con los ciudadanos" como creen algunos (Rosa Díez dixit) en una lectura optimista del movimiento de hace un año. No automáticamente al menos. La ciudadanía, agotada de todo ese asunto y recelosa de políticos de todo pelo, podría ser receptiva (de hecho lo es según las encuestas) a la llamada "solución negociada". De modo que los partidos democráticos con las ideas más claras debieran advertir ya (pues, como digo, es capital) de los peligros de una solución así. Sin duda, justificaría y alimentaría por muchos años una cultura de violencia y totalitarismo que haría estragos. E introduciría al País Vasco en una situación de incertidumbre institucional en plena construcción europea que podría situarnos más allá del furgón de cola de ese tren. Sería tiempo también de que, con firmeza, pero con habilidad, arrumbando "soluciones imaginativas", se hicieran propuestas en positivo en ese terreno.

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