_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El mundo está en apuros y Tokio puede echar una mano

El riesgo está en que se agrave la crisis en Japón más que en Rusia, según el autor

Los norteamericanos estamos actualmente en el verano de nuestra dicha económica. Pero una gran parte del resto del mundo económico se ha convertido en un sitio peligroso. Algunos países del sureste de Asia se encuentran sumidos en lo que sólo se puede llamar una depresión. Se dice que es posible que China tenga que devaluar su moneda. Japón se hunde malamente. Rusia va dando bandazos de una crisis a otra. Y la situación en Latinoamérica parece insegura.Algunos pesimistas se preocupan incluso por Estados Unidos. La Bolsa parece precaria, ahorramos demasiado poco, nuestro déficit comercial es alarmante, la Reserva Federal podría elevar los tipos de interés y el crecimiento se ralentiza. Pero nuestras preocupaciones deberían orientarse hacia el otro lado del Pacífico. La ansiedad sobre la economía norteamericana es desproporcionada. Aunque la gran máquina del crecimiento estadounidense ha bajado mucho el ritmo en el último trimestre, el aparentemente exiguo índice de crecimiento del 1,4% fue en gran medida consecuencia de un ajuste de inventario y la huelga de General Motors. Sin esos dos factores, el crecimiento habría llegado al 4%, a pesar de la notable rémora del comercio exterior.

Además, ahora se agradece que haya una pequeña desaceleración, en un momento en que hay un peligro real de recalentamiento. La Bolsa se ha ido corrigiendo, hasta ahora con tranquilidad, por motivos que parecen adecuados: empieza a ver las previsiones de ganancias insensatamente optimistas como... insensatas. Y yo añadiría que esos horribles déficit comerciales son justo lo que el médico ha recetado al resto del mundo.

Así que no hay necesidad de que cunda el pánico en el frente nacional. Y la situación en Rusia, que estos días acapara todos los titulares sombríos, tampoco es una preocupación económica seria para Estados Unidos (aunque es un asunto de política exterior mortalmente serio). La economía rusa es demasiado pequeña y está demasiado poco conectada con la del resto del mundo como para que tenga importancia.

Si quieren preocuparse, empiecen por Japón. Su otrora poderosa economía ha tenido dificultades durante la mayor parte de esta década, y ahora parece estar sumida en una grave recesión. A pesar de unos tipos de interés prácticamente nulos durante casi tres años y de varios paquetes de medidas con grandes incentivos, no se ha conseguido animar la economía. Y el sistema político japonés se ha mostrado repetidamente incapaz de emprender acciones decisivas.

Puesto que Japón representa aproximadamente la octava parte de la economía mundial, todo eso es ya malo de por sí. Pero aún hay más. Gran parte de Asia tiene verdaderos problemas, y la mayor economía de la zona está demasiado enferma para echar una mano. Un Japón fuerte podría ayudar a sus vecinos más pequeños hasta que salieran del lío, en parte haciendo exportaciones a Japón, pero la recesión japonesa ha cerrado esa vía.

¿Puede recuperarse Asia si su mayor economía hace aguas? Es una buena pregunta, para la que me temo que la respuesta es no. Es más, el mundo entero teme un contagio. Cuando los mercados de Tailandia enfermaron en julio de 1997, les siguieron rápidamente los de Malaisia y los de Indonesia. Pocos meses después, el hundimiento de la (en comparación) diminuta Bolsa de Hong Kong tuvo mucha repercusión en Nueva York. En junio, la caída del yen afectó a los mercados emergentes de todo el mundo, y este mes, el hundimiento del rublo ha vuelto a hacer lo mismo. Así pues, imagínense las posibles repercusiones financieras de un verdadero desplome financiero en Japón. ¿Qué hacer? Puede que Estados Unidos sea el líder mundial indiscutible, pero la mayoría de las respuestas hay que buscarlas en Japón. En primer lugar, y antes que nada, Japón debe poner en orden su lío bancario y mimar a su sistema financiero hasta que recupere la salud. Desde mi punto de vista, es más importante que Japón lo haga rápidamente y no que siga lo que se podría llamar el método norteamericano: cerrar bancos moribundos, pagar a los depositantes con dinero público, echar a la dirección y liquidar los malos activos. Esta receta me suena bastante bien, pero recuerden que en el caso de la crisis de las cajas de ahorros en Estados Unidos estuvimos dudando años antes de tragar por fin la desagradable píldora. Si el insistir en un planteamiento a la americana retrasa aún más el proceso, más vale emplear una estrategia menos agresiva, más a la japonesa, aunque eso signifique, por ejemplo, mantener vivos a los bancos heridos por medio de fusiones con otros más fuertes. El lema debería ser: Just do it (hazlo sin más, en inglés).

En segundo lugar, la política del Gobierno tiene que seguir siendo muy expansiva. Esto implica mantener los tipos de interés extremadamente bajos, decretar reducciones fiscales permanentes y poner todavía más parches con gastos públicos. Japón debe recurrir a todas las opciones que tenga a su alcance.

En tercer lugar, tanto Japón como el resto del mundo tienen que tolerar un tipo de cambio del orden del actual (unos 145 yenes por dólar) o incluso más bajo. No olvidemos que Japón es aún sede de algunas de las mayores empresas del mundo. Un yen más barato hace que los productos de estas compañías resulten más atractivos para los compradores extranjeros.

Lo importante es que no se considere el yen superdébil como algo permanente. Más bien se trata de un fenómeno temporal y cíclico, como los tipos de interés casi nulos y el profundo déficit presupuestario. Cuando la economía japonesa se recupere, se recuperará el yen.

Los que se oponen a este planteamiento aducen que un yen débil pone en peligro a otros países asiáticos, al hacer que sus exportaciones sean menos competitivas. Tienen razón, pero exageran. Corea del Sur es el único país que compite directamente con Japón en una serie de productos; los demás países asiáticos tienen objetivos más modestos en la escala tecnológica. Recuerden el objetivo de esta maniobra: hacer que Japón vuelva a crecer. Un Japón fuerte proporcionará mercados a sus vecinos.

¿Y qué pasa con Estados Unidos? ¿Hay algo que deba hacer el Gobierno estadounidense para echar una mano? Sí, pero afortunadamente no mucho, aparte de asegurarse de que nuestra gigantesca economía siga yendo bien. Desde luego, los mercados financieros mundiales no necesitan ahora que la Reserva Federal [el banco central de EEUU] suba los tipos de interés. Afortunadamente, los que toman las decisiones han sido lo suficientemente inteligentes como para no haber hecho nada en casi 18 meses.

Aunque estoy de acuerdo con muchas de las críticas que se hacen al Fondo Monetario Internacional (FMI), el Congreso debería aprobar rápidamente la medida que ha solicitado la Administración para financiar al Fondo. Sí, puede que esto equivalga a soltar dinero bueno a cambio de uno malo. Pero no podemos permitirnos cerrar el cuerpo de bomberos de la economía mundial precisamente ahora.

EEUU debería seguir acosando a los japoneses, que parece que necesitan mucha presión del exterior para superar su inercia en política interna. No obstante, no vendría mal un poco menos de arrogancia triunfalista norteamericana.

Por ejemplo, como ya se ha indicado, los japoneses no tienen por qué solucionar sus problemas financieros exactamente de la misma forma en que nosotros solucionamos los nuestros. Estados Unidos debería comportarse como un compañero preocupado que intenta hacer entrar en razón a un amigo, y no como un gruñón altanero.

Por último, con la economía estadounidense funcionando a plena capacidad (o incluso por encima de ella), mientras Asia está estancada y Europa está regular de forma, debemos esperar que crezca nuestro ya enorme déficit comercial. Ofrecer un mercado a economías hermanas y débiles puede que sea lo más constructivo que podamos hacer por la economía mundial.

Afortunadamente, nosotros, manirrotos norteamericanos, estamos en excelentes condiciones para hacerlo. Sería un error colosal que el cada vez mayor déficit comercial llevase a EEUU al proteccionismo. Así no es como se comporta un líder en un mundo peligroso.

Alan S. Blinder es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y ex vicepresidente de la Junta de la Reserva Federal. Escribió este análisis para The New Yok Times.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_