San Gaudí
DÍAS EXTRAÑOSRAMÓN DE ESPAÑA Hace unos cuantos años, mi buen amigo y atrabiliario productor cinematográfico Paco Poch intentó llevar a cabo una película sobre el beatificable Antoni Gaudí. Partía el hombre de un guión escrito unos años antes por Bigas Luna que jamás se convirtió en un largometraje y que, por consiguiente, dormía el sueño de los justos en espera de que alguien le diera un repaso y, de esa manera, consiguiera que un productor se lo pusiera bajo el brazo y recorriera de nuevo el largo y sinuoso camino de la financiación. No sé muy bien por qué, Paco decidió que yo era la persona adecuada para enmendarle la plana a Bigas. Y como el guión del señor Luna estaba muy bien, opté por dejarlo como estaba y escribir uno nuevo, consiguiendo de este modo lo mismo que había conseguido el autor de Bilbao: nada de nada. Nunca se rodó el proyecto de Bigas y nunca se rodó el mío. Y en estos momentos, dada su situación económica, no me cabe la menor duda de que Paco, en vez de rodar una película sobre Gaudí, preferiría, si le dejaran, vender la Sagrada Familia a los japoneses (lo que, por otra parte, estaría muy bien: en el solar podríamos construir unos multicines y daría gusto pasear por la zona sin tropezar constantemente con turistas nipones). Aunque nunca llevara a ninguna parte, nuestro proyecto sobre Gaudí tuvo la virtud de mantenerme entretenido durante unos meses. En ese lapso de tiempo me tragué un montón de libros sobre el gran arquitecto, con lo que incrementé mi cultura, pero acabé llegando a una conclusión que, lamentablemente, era veneno para la taquilla. La conclusión era la siguiente: una parte de la vida de Gaudí era absolutamente desconocida; y la otra parte, la pública, no tenía el menor interés. La primera permitía fabular a conciencia (con lo que me puse las botas acerca de sus viajes al Lejano Oriente), pero la segunda hubiera dejado frito en su butaca al más encallecido consumidor de películas de Godard. ¿Alguien cree que se puede fabricar un espectáculo razonable sobre un meapilas nacionalista y levemente iracundo que en vez de hundirse con el Titanic se deja atropellar por un tranvía? ¿Dónde queda el love interest cuando al héroe de la función sólo se le conoce un desengaño amoroso juvenil que le precipita por las simas del misticismo y el mal humor permanente? ¡Ser un meapilas nacionalista puede ser muy útil para dirigir el Partit per la Independència, como bien sabe Àngel Colom, pero se revela inoperante para llenar una sala cinematográfica! Ello me conduce a la siguiente pregunta: ¿cómo se puede beatificar a alguien que no sirve ni para fabricar una biopic decente? Además, si no me equivoco, creo que para optar a tan alto destino uno tiene que haberse marcado algún que otro milagrito. Y aunque conseguir que te atropelle un tranvía es casi tan difícil como que te adelante una tortuga por la autopista, dudo mucho que semejante muestra de torpeza viaria pueda ser considerada un milagro (¡para auténticos milagros, el de que la Sagrada Familia no se haya autodestruido a causa de los apósitos escultóricos del inefable Subirachs!). Pero la causa está en marcha. Personas que no conozco pero que, evidentemente, no tienen nada mejor que hacer, han decidido incrementar el santoral a costa de un arquitecto estupendo cuya obra fue mucho más interesante que su vida. Lo que me lleva a preguntarme, como buen catalán que, incomprensiblemente, es ninguneado año tras año a la hora de la concesión de las Creus de Sant Jordi, cuánto nos costará la broma. Me temo que la cosa no va a salir barata, así que no descartemos la venta a los japoneses de la Sagrada Familia. Eso sí, con Subirachs dentro. Lo toman o lo dejan.
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