El yate
Lo peor de las vacaciones, aparte de tener que ver a los vecinos en bermudas, es la relajación mental, moral y hasta ideológica que, por lo general, invade a todo el mundo. Si en Navidad la gente se vuelve ñoña de tanto villancico y tanto cava, en verano el calor y la desidia nos ablandan de tal forma que cosas que en otro tiempo levantarían a un pueblo en armas ahora se dejan pasar sin que nadie se inmute o se dé por aludido. Es el caso, por ejemplo, de los bombardeos de Clinton o, en otro orden de cosas, mucho menos importante, por supuesto, pero no menos ilustrativo, el de la construcción del yate que varios empresarios baleares le están costeando al Rey para sustituir al viejo Fortuna. Al parecer, don Juan Carlos no tiene el patrimonio suficiente como para poder financiarlo él mismo.Sorprende, sin embargo, que, aun siendo pleno verano, nadie haya hablado del tema, máxime teniendo en cuenta lo vidrioso del asunto. Pues, si desde el punto de vista monárquico parece hasta humillante que el Rey de España tenga que depender de la caridad ajena para poder disponer de un yate, cosa que hoy tiene cualquiera (me refiero en ciertos ámbitos), desde el republicano resulta inaceptable que el Estado se gaste 3.000 millones en comprarle un yate al Rey, con las necesidades que existen en España. Y, desde la perspectiva apolítica, es decir, la legalista, que es la que en definitiva cuenta, con la ley en la mano, ningún funcionario público -y el Rey es el primero del Estado- puede aceptar regalos ajenos para no provocar sospechas ni inducir a confusión al que los hace. Aunque sea oficialmente el Patrimonio del Estado el que, en su nombre, reciba el regalo. Si la mujer del César tiene que parecer honrada aparte de serlo, mucho más el propio César.
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