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FERIA DE SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

Tres horas de disimulo

Fue una ficción. Y quizá tuviese también algo de pesadilla. Una ficción de corrida, una pesadilla de novillada. Tres horas allí los heroicos aficionados, marcándose una de disimulo, para no protestar, o para no quedarse dormidos, o para no salir corriendo. Tres horas de función aburrida y caótica.Tres horas de ver por allí unos novillos diminutos, con pinta de erales, aunque más parecían becerros. Tres horas, en el transcurso de las cuales salió ocho veces, ocho, la acorazada de picar.

Qué barbaridad, que brutalidad, qué bestialidad. Aquellos inmensos percherones forrados de guata, que cabalgaban unos feroces individuos tocados de castoreño, armados de larga vara, puya con punta y tres filos, para clavársela en los paupérrimos lomos a los animalitos aquellos, que sobre pequeñines y enternecedores no tenían media torta. Se caían los animalitos de Dios. Algunos se desplomaban, ora de culo, ora de boca. Uno lo devolvieron al corral, y el que salió en su lugar con título de sobrero resultó ser el más chico, y traía cara de mamoncete.

Herrero / Gómez, Pereira, Sanz, León

Ocho novillos de Pedro Herrero -2º, sobrero- chicos, mayoría abecerrados e impresentables, inválidos, uno devuelto. Gómez Escorial: estocada trasera (silencio); pinchazo y estocada (silencio). Sebastián Pereira: dos pinchazos y estocada (silencio); pinchazo, media escandalosamente baja y rueda de peones (oreja con insignificante petición). Iván Sanz: media estocada trasera baja (silencio); siete pinchazos -aviso con tres minutos de retraso-, pinchazo, y se echa el novillo (silencio). Jorge León: pinchazo, estocada corta muy trasera y rueda insistente de peones (oreja con insignificante petición); estocada atravesada trasera (escasa petición y vuelta).Plaza de San Sebastián de los Reyes, 26 de agosto. 1ª corrida de feria. Menos de media entrada.

De los nueve, siete lucían pelaje colorao, bien bonito, y en cuanto a inclinaciones embestidoras, las sacaron buenas. Quiere decirse que sacaron castita, acudían a los engaños, a veces achuchaban a los engañadores y los perseguían, codiciosos y juguetones, largo trecho. Comentarán taurinos que toros así -becerros y gracias, para hablar con propiedad- no tienen un pase. Se pretende desde ese gremio que el toro -con mayor motivo el becerro- en cuanto a gustos y aficiones sea siempre oveja. Pero no dicen la verdad, o no saben en qué salsas se debe cocer la tauromaquia.

Requiere la tauromaquia el toro de casta pues la casta brava es lo que justifica la lidia y requiere toreo verdadero. Y si con ese toro la lidia resulta caótica, es que los lidiadores no saben lidiar; si los toreros acaban desbordados es que no saben torear.

Los del cuarteto, sin excepción, se vieron en tales trances. Voluntariosos, no cabe duda, se ponían a pegar derechazos -y algunos naturales; pocos: sin pasarse- y ninguno les salía decente. Se dice pronto: ninguno. Ningún derechazo -menos aún natural- ni reunido, ni templado, ni ejecutado con propósito de ligazón.

Con el capote tampoco emplearon mejores trazas. Se salva la inevitable larga cambiada de rodillas, y las restantes realizaciones capoteras quedaban bastante desairadas. Hubo una larga cambiada, en la modalidad a porta gayola -el torero esperando en los medios, para ser precisos-, que alcanzó caracteres tremebundos. Saltó desenfrenado el cuarto novillo a la arena -ciego de ira quizá saltó- y ya iba a arrollar al cambiador, que era Juan León, cuando éste se tiró en plancha y el novillo le sobrevoló pegando un brinco ancestral.

Nada después de esto pasó. Lo único que pasó fue que los espectadores -y se supone que con ellos el propio diestro cambiador- quedaron en situación taquicárdica y necesitaban tila. No habiéndola disponible en el coso, algunos se resignaron a suplirla con mollate y se apresuraron a empinar el codo.

Largas cambiadas instrumentaron asimismo Sebastián Pereira en el novillo devuelto, y Gómez Escorial en el quinto. Son datos para la estadística a los que se debe añadir que Pereira cortó una oreja, Jorge León otra, y ninguna tenía justificación. Si no había toreo, holgaba el premio.

Lo único realmente torero de la tarde fue un botijo. Pidió agua Gómez Escorial para la muleta y se la echaron de un pedazo botijo que sacó el mozo de espadas. En estos tiempos en que los toreros usan para esos menesteres botellas de agua mineral, probablemente con gas, el pedazo botijo de Gómez Escorial constituía un símbolo de torería. Algo es. Y filosofando acerca del sentido trascendente del botijo en la tauromaquia del tercer milenio, la afición procuraba disimular la burla a la fiesta y el atropello a su economía que supuso aquella funcíón en la que no hubo ni toros, ni toreros, ni lidia, ni público. ¡Y duró tres horas!

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