Fernández Álvarez declara que "la leyenda rosa sobre Felipe II ofende a la razón"
El historiador rechaza en una monumental obra las visiones amables sobre el rey
"Con la historia no se debe hacer trampas". A partir de esta concluyente premisa, el historiador Manuel Fernández Álvarez, uno de los grandes especialistas en la España del siglo XVI, declara: "No podemos pasar de una leyenda negra que podía ofender los sentimientos de los españoles a una leyenda rosa y amable que ofende a la razón". A punto de aparecer la tercera edición de Felipe II y su tiempo (Espasa), una obra de cerca de mil páginas, Fernández Álvarez cita el fanatismo religioso y la represión de los disidentes como los principales rasgos de aquel rey.
Desde su casa de Salamanca, atestada de libros y de manuscritos cuidadosamente ordenados en estanterías, este catedrático de Historia Moderna sigue fiel a una pasión que le ha ocupado medio siglo de vida, y que no es otra que la España del siglo XVI. Fernández Álvarez publicó su tesis doctoral en 1947 sobre Felipe II y ya entonces algunos colegas le reprendieron por una visión crítica del polémico monarca, quien en plena posguerra franquista sólo debía merecer alabanzas.Mientras prepara conferencias y otra obra sobre Carlos V, el veterano historiador comenta: "El poder político y el religioso se encontraban totalmente entremezclados en la época de Felipe II (1527-1598), y en ese sentido resulta inconcebible que algunos piensen que la Inquisición actuaba en los casos graves sin la aprobación del rey. Existe una tendencia en los últimos años, y especialmente ahora, con motivo del cuarto centenario de su muerte, que intenta maquillar los aspectos más sombríos de la política de un rey que siempre prefirió la represión brutal de cualquier disidencia que la negociación o el juego diplomático. A propósito de la Inquisición, que por cierto estuvo adormecida durante el reinado de Carlos V, cabe resaltar el impulso que le dio Felipe II, hasta convertirla en una temible policía religiosa que servía como coartada para eliminar a los disidentes".
A juicio del especialista, Felipe II se consideraba la encarnación de Dios en la tierra y sólo respondía de sus actos ante el cielo. "El personaje", señala Fernández Álvarez, "responde a un hombre secreto, misterioso e intrigante que ordena quemar papeles para que la Historia no descubra la verdad, una actitud que se volverá en su contra. Así, por ejemplo, en su testamento ordenó destruir toda la correspondencia que mantuvo con fray Diego de Chaves, su confesor durante muchos años y una de las escasas personas que tuvo ascendiente sobre el monarca".
Este inquieto y extrovertido catedrático, nacido en Madrid en 1921 y que mantiene una envidiable curiosidad intelectual, muestra especial interés en destacar la muerte de don Carlos, el hijo rebelde del rey, para ilustrar el carácter de Felipe II. "Hasta los embajadores extranjeros de la época", explica, "calificaron de crueldad y de trato inhumano las condiciones de reclusión del príncipe, que murió sin poder ser visitado por ningún familiar por prohibición expresa del rey".
¿Hasta qué punto las circunstancias históricas de gobernar un imperio vastísimo obligaron a Felipe II a aplicar la mano dura como principal y casi único recurso? "Siempre es difícil contestar ese tipo de interrogantes", comenta el historiador, "pero podemos afirmar que Felipe II eligió ser temido antes que ser amado, si seguimos la famosa disyuntiva de Maquiavelo en El príncipe. Algunos historiadores suelen disculpar al rey y atribuir siempre sus errores o desmanes a sus lugartenientes. Pero la lista de altos cargos y personajes de primera fila que caen en desgracia y son eliminados sólo puede responder al denominador común de la suprema decisión de Felipe II. La nómina incluye desde el arzobispo Carranza a don Carlos, desde Escobedo a la princesa de Éboli, desde el Justicia de Aragón Lanuza hasta Antonio Pérez".
Y como eje de su conducta siempre el dogma religioso, bien fuera contra los protestantes de los Países Bajos o contra los moriscos de España, contra autoridades eclesiásticas acusadas de desviacionismo o contra enemigos políticos. Fernández Álvarez no discute en absoluto una etapa renacentista en la juventud de un Felipe II viajero, enamoradizo y mundano. "Pero esa actitud cambia", aclara, "tras su annus horribilis de 1568, cuando comienzan las sublevaciones calvinistas, manda arrestar al príncipe don Carlos y muere su tercera esposa, Isabel de Valois".
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