_
_
_
_
Verano 98

Cómo acabar con los incendios forestales

El Plan Infoca moviliza anualmente a casi 4.000 andaluces en defensa de sus bosques

La historia comienza cuando alguien avista una columna de humo desde una torreta de vigilancia. El descubrimiento se transmite por radio al Centro de Defensa Forestal (Cedefo), una especie de parque de bomberos en medio del monte, donde suena una sirena que pone al personal en pie de guerra. En cinco minutos el helicóptero está preparado: en él se embarca un retén (es decir, una cuadrilla de ocho o nueve hombres especializados en extinguir incendios), con su jefe de brigada. Se cargan, además, cerca de 1.000 litros de agua. El helicóptero despega y se dirige al lugar del incendio. Desde el aire, el jefe de brigada hace un diagnóstico de la situación y toma las decisiones necesarias para apagar el fuego lo antes posible y con el mínimo riesgo para sus hombres: el retén baja a tierra, el helicóptero deja caer el agua, y los operarios comienzan a apagar el fuego o a impedir que se extienda más, según permitan las circunstancias. A la vez, otros retenes habrán llegado ya por carretera, o mejor dicho por los carriles, y cooperarán para limitar el alcance del fuego. Desde el Centro Operativo Provincial, situado en la capital, saldrá un técnico de extinción que rematará el trabajo. Este es un resumen necesariamente pobre y simplista de lo que sucede en los bosques de Andalucía cuando se desata algún incendio. Claro que, como explica Fernando Ríos, agente de medio ambiente y jefe de brigada en el Cedefo de Ronda, "cada incendio es un mundo". También el Infoca (Plan de Lucha contra los Incendios Forestales de la Comunidad Autónoma), que cada año, durante el semestre de máximo riesgo, da empleo a 3.982 personas y cobertura a 4.600.000 hectáreas, es un mundo. En él se superponen diversas redes de vigilancia y cuidados forestales para conseguir la máxima efectividad. El Infoca se apoya en parte sobre la infraestructura de Medio Ambiente de la Junta. Cada Cedefo cuenta con coordinadores comarcales, jefes de brigada y guardas que son agentes de medio ambiente, trabajadores permanentes que desempeñan sus funciones de prevención y extinción de incendios a lo largo de todo el año, aunque adquieren nuevas responsabilidades mientras el Infoca está en vigor, entre julio y diciembre. Otros empleados, fijos discontinuos, sólo pasan en el monte seis meses al año: durante cuatro se dedican a apagar fuegos, y durante los otros dos a evitar que se produzcan, mejorando de paso las condiciones ecológicas del bosque. ¿De qué manera? Pues desarrollando tareas silvícolas, como por ejemplo las entresacas o talas selectivas, que sirven para dejar una distancia de seguridad entre los árboles y dificultar la propagación del fuego en caso de incendio; la limpieza, el tratamiento de plagas, las repoblaciones cuando sea preciso; el mantenimiento de los cortafuegos, franjas desnudas de vegetación que, como indica su nombre, están pensadas para detener el avance de un incendio que no encontrará nada que devorar... El trabajo no es poco. Ni fácil, ni seguro. Los que peor lo tienen son los que trabajan a pie, en primera línea de fuego: los trabajadores de los retenes, dirigidos por el jefe de brigada. Dice Fernando Ríos que las necesidades fundamentales son dos: por una parte, tranquilizarse, "enfriarse la cabeza, que es la que apaga los incendios", cosa que sólo se consigue a base de experiencia. La segunda clave es la coordinación, la comunicación constante entre todos los que participan en la extinción. "Si cada uno está en lo suyo, las cosas funcionan", recalca Ríos, recordando que en el operativo todo está interrelacionado y debe estar listo hasta el último detalle. Y puede estar orgulloso, porque este año ha sido bastante tranquilo y se han producido sobre todo conatos, lo que significa que no han afectado superficies superiores a una hectárea. Sólo en un caso un incendio ha pasado de las tres hectáreas: el de Yunquera, "que iba para incendio del siglo, pero se pudo cortar a tiempo", se ufana Ríos. Este fuego devoró 20 hectáreas de pinar, monte bajo y cultivos abandonados; "estaba demasiado cerca del pinsapo, y andábamos todos con las orejas tiesas, porque hubiese sido una pérdida incalculable". El incendio quedó bajo control a tiempo de salvar este bosque peculiar, señala Ríos, porque se intervino a tiempo y todo se hizo correctamente. "Aunque parezca lo contrario, es un ejemplo de lo que debería suceder siempre; contamos además con la ayuda de otro Cedefo, el de Colmenar, e incluso vino gente de Granada". Pero no todo son bendiciones. Las condiciones del trabajo, duro ya de por sí, empeoran cuando los carriles están en mal estado, o cuando se suman a las labores de extinción voluntarios bienintencionados pero sin preparación, que no están coordinados con los profesionales y que pueden crear más problemas de los que solucionan.

Más información
2.380 hectáreas han ardido en lo que va de año
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_