Terrazas "portátiles" en San Blas
Una parte del mobiliario urbano del parque de Arcentales, en San Blas, es de quita y pon. Son las sillas de cámping que cada tarde, desde que empieza el buen tiempo, bajan desde sus casas decenas de vecinos de los alrededores. Con ellas forman corrillos en los que se charla y se disfruta del frescor de los pinos, acacias, plátanos y álamos."Éste es nuestro San Sebastián particular", ironiza Rosa, de 73 años, que, junto a otros cuatro vecinos de la calle de Albaida, ha instalado su campamento bajo unas acacias, en un lugar donde se disfruta de la brisa y se otea Paracuellos del Jarama. "Luego, en invierno nos trasladamos a Alicante, es decir, al otro lado de la calle, junto a los bloques, porque está más resguardado", añade con sorna.
La costumbre no es nueva, se remonta a casi cuatro décadas, cuando, en plena dictadura, se adjudicaron estas modestas casas construidas según los parámetros de lo que entonces se entendía que debía ser una vivienda para obreros.
"Los pisos son pequeñitos y de techos bajos y se pasa calor. Menos mal que tenemos esta zona de desahogo que para sí quisieran los vecinos de otras barriadas humildes, como la de Cascorro", añade Ángel, otro jubilado del mismo grupo.
Las sillas se bajan por la tarde, se suben para cenar en casa y se vuelven a bajar después si el calor aprieta y el sueño no llega. Estas terrazas improvisadas y silvestres se mantienen a veces hasta la madrugada. "Aquí tenemos montado el fielato desde el que nos enteramos de todo lo que pasa en el barrio", asegura Bienve, una murciana septuagenaria, y sus dos amigas. "Como no tenemos dinero para marcharnos fuera de Madrid, pues nos bajamos aquí y estamos fresquitas. Hace años veníamos con nuestros hijos, que entonces eran unos niños, y organizábamos hasta limonadas", añade.
El parque es merecedor de todo tipo de elogios, aunque los vecinos se quejan de que el Ayuntamiento lo tiene algo abandonado. En la plaza de Guardicioneros, los asiduos de otro campamento de sillas de quita y pon no hacen más que repetir que su zona lleva meses sin barrer y que los árboles se están secando porque el Consistorio ha cerrado varias bocas de riego en la zona.
Los corrillos son sobre todo femeninos. Los hombres se arremolinan a unos metros, en la pista de chito. Allí se pasan las horas echando los tejos, en el sentido más estricto, ya que el juego consiste en lanzar unas fichas metálicas redondas que llevan en bolsitas de cuero. Después de una tarde de apuestas pueden ganar cantidades que no llegan ni para pagar un chato de vino, pero es su divertimento. "Este juego lo tenían que potenciar en las escuelas para evitar que los chicos se enganchen a la droga, porque además costaría cuatro duros", explica uno de los habituales del lugar que se define como "un revolucionario" entre el choteo de sus acompañantes.
Incluso en la zona del parque próxima al metro de Simancas, conocida como un punto habitual de venta de droga, hay grupos de vecinos en sus sillas. "Alguna vez ha habido problemas, pero nosotros bajamos a menudo de madrugada y estamos tan tranquilos, aunque es verdad que ves a gente vendiendo droga desde unas furgonetas", asegura una pareja de septuagenarios.
Todavía recuerdan cuando en el auditorio del parque, abandonado y vallado desde hace tres años, había cine de verano y conciertos. Tras su cierre, el lugar se ha convertido en un refugio para toxicómanos sin hogar.
La gente más joven frecuenta el césped o las terrazas y merenderos de las calles que rodean el parque. El sistema de la silla portátil tiene arraigo, sobre todo, entre los jubilados. Es ya una tradición en el barrio.
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