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Ajuste de cuentas

Va de vencida el verano y se consolida el efecto previsto, al adelantar la hora, convertido en nuevo silogismo: "Por mucho madrugar, anochece más temprano", lo cual es frase o sentencia de Perogrullo, esa que suelta el menos espabilado de la tertulia, aprovechando cualquier pausa ajena.Los calores han sido especialmente rigurosos este año; en cualquier caso, poco más que los anteriores, restituyendo la sinuosa fama que tiene el mes de agosto, interesadamente denigrado por quienes se quedaron en la ciudad envueltos en un aura de mártires bastante injustificada.

Fue una premonición la frase de que aquí y ahora, sin familia y con dinero, esto era Baden-Baden, a condición de que se sepa hacia dónde queda y cuáles eran el prestigio y las delicias de aquel balneario alemán.

El empleado por cuenta ajena, sea empresa privada o estatal, toma siempre el mes de agosto como de media vacación, reducido el trabajo, elásticos y permisivos los horarios, prolongadas las siestas, disfrutadas las piscinas y, en general, disminuido el tono tenso y nervioso de la plena jornada.

Aunque, la verdad, aparte de contemplar el perezoso transcurrir de los días, apenas se puede decir otro tanto de las noches, que era donde el rezagado se adentraba en las distracciones prohibidas y esperadas. Madrid ha crecido enormemente en habitantes, se desborda en barrios periféricos, es circunvalado por M-30, 40, 50 y lo que quieran, pero sus ofertas lúdicas no son ni sombra de otros tiempos.

Han cerrado algunos cines, que eran refugio donde encontrar frescura, oscuridad y calma en las horas de la digestión.

Pienso que fueron más efectivos y humanos aquellos ventiladores accionados detrás de una barra de hielo, que lanzaban a la sala el frío aliento polar, menos nocivo y más silencioso que los equipos de aire acondicionado. Tenía el propósito, este año, de no mencionar al tipo que había sido el espécimen veraniego de los madriles vacacionales: el inmarcesible rodríguez, infeliz presuntuoso, lanzado a la vorágine de conquistar hermosas señoritas cuyo único proyecto era dejarse seducir por estos galanes de rebajas.

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Han desaparecido. El otro día, en un concurso televisivo, donde la cultura general suele quedar a veces maltrecha, se preguntaba a los participantes cuál era el nombre para designar al varón que se queda sin parientes y en supuesta libertad durante ese periodo estival. Desconcierto total; sólo una joven, por pura deducción intelectual, insinuó el vocablo "calzonazos". ¡Qué epitafio más duro y cruel para el inofensivo rodríguez, que sólo buscaba, en la picaresca aventura, la posibilidad de hablar, sobre un hombro femenino, de sus hijitas -y también la santa esposa- a esas horas en un lejano litoral! Alegraban las noches de la Villa, descansados, tras haber pasado un rato largo bajo la ducha, encorbatados y con su mejor traje -quizá el único de vestir-, zambullidos en los pecados nocturnos.

Otros habitantes de aquellos días, no se sabe por qué designio turístico, eran las parejas de recién casados, generalmente de provincias, en cuyo itinerario se encontraba la capital del Reino, dispuestos a conocer una ciudad que no se parecía nada a sí misma.

Forman parte de la memoria personal, cada vez menos compartida, de lo que era este simpático pueblo. Hace 40 años ofrecía muchísimos más alicientes y diversiones a la gente que de verdad lo necesitaba, o sea, los adultos. No es que se desdeñase a los jóvenes, pero imagino que se partía de la base de que el mero hecho de ser joven era suficiente merced, casi demasía, para brindar cualquier otro tipo de compensaciones que no parecen necesitar. La juventud siempre ha sido bella y una de sus ventajas intrínsecas consiste en que no se da cuenta de lo perecedero de su estado.

De aquellas épocas apenas queda la evocación de lugares extintos, como Villa Rosa, La Riviera, Villa Romana, la Terraza Riscal, y se diluyen en el olvido sitios como la Parrilla del Rex, Casablanca, Morocco, sitios para personas mayores que iban a procurarse una sencilla dosis de felicidad, muy transitoria, es la verdad.

Todo aquello, las inocentes tropelías nocturnas de los rodríguez, eran posibles, creo yo, porque no existían los teléfonos digitales y era dificultosa la posibilidad de control conyugal.

Y viceversa.

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