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Reportaje:

Descansar según las reglas de Sant Benet

La discreción es la regla de oro de las celdas de Montserrat. Este singular equipamiento conoce días de éxito y fortuna gracias a la más simple de las normas y a que, salvo en fiestas y días excepcionales, el jolgorio no se alarga nunca más allá del crepúsculo. Así se completa la prescripción contenida en el artículo 53 de la muy antigua regla de Sant Benet, relativo al deber de acogida y hospedaje, con la necesidad de muchos urbanitas de dar con un lugar donde el silencio sea un valor consolidado. El respeto es la segunda norma inviolable. No hay al cuidado de estos apartamentos nadie que guarde memoria consciente de quiénes van y de quiénes vienen. A nadie se le pregunta a dónde va ni de dónde viene, y esto, con ser una virtud, es también un inconveniente, porque no hay forma de reconstruir la historia de estas celdas por sus pasos contados. Tanto es así que no queda recuerdo del acomodo en las celdas de algunos visitantes ilustres, que los hubo, desde que las de Nuestra Señora se abrieron a los peregrinos en 1899. Nadie se acuerda, por ejemplo, del paso por una de las celdas de Montserrat, probablemente por una del edificio bautizado Abad Oliva, de un afamado escritor que buscó allí refugio para acabar un famoso libro. Se cuenta que el escritor era hombre poco inclinado a las obligaciones propias de la vida doméstica y buscó ayuda en una campesina que vendía requesón frente al edificio de las celdas. Aquella mujer se avino al trato porque el escritor aceptó que sus ocupaciones de cocinera y asistenta empezaran al terminar las de vendedora. Eso se contaba en los años cincuenta, pero la memoria popular no ha retenido el nombre del autor. "Algo he oído alguna vez, pero no sé de qué escritor se trata", dice Josep Nogués, responsable de las celdas. Nogués se acoge a la famosa discreción para dar a entender que es lógico que nadie recuerde el nombre del ilustre huésped, y se remite a las estadísticas: cada año visitan la montaña 2,5 millones de personas. De todas formas, Nogués no teme el overbooking. La plena ocupación se ha producido en contadísimas ocasiones; lo normal es que los alojados no pasen de los 450, a lo sumo 500, en cuyo caso entra en servicio el edificio de 1899, normalmente fuera de uso. Con las celdas Abad Marcet y Abad Oliva es más que suficiente para atender la demanda, incluso en pleno agosto, cuando mayor es la afluencia; para la Semana Santa, los fines de semana de primavera y algún día muy señalado no precisa de recursos especiales. Esto es: encuentran alojamiento incluso aquéllos que no tuvieron la precaución de reservarlo con antelación. La gobernanta María Vargas lleva 32 años en el oficio, no ha estado de baja ni un solo día y recuerda cómo eran las cosas cuando empezó: "Hace más de 30 años, puede decirse que en pleno enero aquí no venía nadie, pero ahora las agencias nos mandan gente sin parar". María es de Linares, está casada con un granadino, vive en Olesa y habla catalán con las vocales categóricas propias de su patria chica; esta María tiene muy bien analizado al personal: "Aquí viene gente normalita. La gente más conocida suele ir al hotel Abad Cisneros". -¿Sabe algo de un escritor que terminó aquí un libro? -La primera noticia. La gente normalita de la que habla María -les llama "montserratinos"- es como Josep Basora, tío del actor Joan Borràs, y su esposa -no de Borràs, sino de Basora-, Teresa Cardús, ambos jubilados y con 52 años de matrimonio y mucho apego a las celdas. Ellos cumplieron con el precepto no escrito de visitar la montaña a los pocos días de casarse -"si vols ser ben casat, porta la dona a Montserrat", recuerda Basora- y en los últimos 10 años se han refugiado con frecuencia en el edificio Abad Marcet. "Aquí todo es inmejorable y a muy buen precio. Ya tenemos hechas las reservas para San Juan y para Navidad", dice Basora, actor ocasional que intervino en películas como Un parell d"ous y La quinta del porro, y con mucha tela que cortar: "Este lugar y El rey de la gamba, en la Villa Olímpica, son los que más nos gustan". Las celdas son austeras, limpias y modernas; tienen todas las ventajas de un apartamento bien provisto y ninguno de los inconvenientes derivados de la masificación. El precio por día de una celda para cuatro personas oscila entre 6.555 pesetas en temporada baja y 9.750 en temporada alta, pero a partir del tercer día de estancia opera una escala de descuentos de entre el 10% y el 15%. Además, los residentes tienen también rebajas en el supermercado y en el self-service, de forma que el coste de la estancia se encuentra ligeramente por debajo de los precios de mercado. Con ser importante el bolsillo, tanto o más lo son la religiosidad popular, la posibilidad de practicar un montañismo sin riesgos, la necesidad de distraer las neurosis y puede, incluso, que un sentimiento catalanista con muy diferentes y matizados registros. "Me parece que el factor político cuenta poco. En cambio, para la mayoría de gente joven que viene a pasar unos días, es muy importante la tranquilidad y la posibilidad de hacer excursiones y visitas organizadas", dice Nogués. "Las romerías son importantes", añade el responsable de las celdas, "pero son un fenómeno de fin de semana. En julio y agosto, la mayoría de clientes son familias en vacaciones que quieren pasárselo bien". El museo de Montserrat, que debiera ser otra de las atracciones para quienes viven allí unos días, no lo es. El encargado de custodiar la colección, Eduard Tobeña, practica un realismo sin adornos: "Cuando llueve, se convierte en un refugio, pero la verdad es que pasa desapercibido. Muchos huéspedes de fin de semana entran en un museo, por primera vez, aquí". Tobeña tiene comprobado que los jubilados propenden más que los jóvenes a visitar la magnífica colección montserratina, y se lamenta: "En muchas guías no nos incluyen". Allí esperan Nonell, Mir, Casas, Rusiñol, Dalí, Miró y otros ilustres nombres de nuestra cultura. -Y, ¿no sabrá por casualidad qué famoso escritor acabó un libro en las celdas? -No sabría decirle. Al monje Joan-Andreu Rocha no le sorprende en absoluto que no quede constancia del paso del escritor. Cuenta Rocha que ni siquiera es posible reconstruir cabalmente la historia del servicio de acogida del monasterio desde su fundación, en el siglo XI, cuando los peregrinos debían de hacer gala de gran arrojo para llegar a lo alto de la montaña por caminos impracticables, aunque sospecha que la construcción de celdas durante los últimos 100 años es más fruto de la necesidad que de la planificación. Mucha documentación se perdió en la guerra contra el francés y no poca se convirtió en cenizas durante la guerra civil. ¿A saber en qué libro de registro devorado por la historia inscribió su nombre el ilustre escritor olvidado?

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