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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pulso por la cancillería

Con la presentación del programa electoral del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) ha quedado abierta la campaña ante las elecciones federales del próximo 27 de septiembre. Nunca desde que llegó al poder en 1982 ha tenido el canciller Helmut Kohl tan difícil su reelección como ahora ante el actual presidente del Estado de Baja Sajonia, Gerhard Schröder. Las dificultades no se deben únicamente a los 16 años que lleva Kohl al frente de la cancillería y su lógico desgaste, ni en el cansancio del electorado ante una oferta, la de una Unión Cristiana Democrática (CDU) dirigida por un político cuyo ciclo parece acercarse a su fin. La grandeza de Kohl, cuyas horas estelares son aquellas en que gestó la aprobación internacional de la unificación alemana, le han hecho entrar en los libros de historia, pero no le sirven ya como caballo electoral casi una década más tarde. Por el contrario, le van a pesar en esta batalla electoral los muchos sinsabores derivados de empresa tan ingente como la absorción de la economía ruinosa de Alemania oriental. Sus promesas de una rápida recuperación no se han visto cumplidas. Por el contrario, el desempleo alcanzó, con más de cuatro millones de parados, unos niveles que en Alemania tenían que despertar los viejos fantasmas de los años de la depresión anteriores al nazismo. Al mismo tiempo, los alemanes han sido llamados a renunciar a su principal signo de identidad desde la Segunda Guerra, Mundial, el marco, a favor de un euro que muchos temen que será tan frágil como las actuales divisas de algunos países que habrán de compartir con Alemania la nueva moneda.

La campaña va a ser la más alemana desde la existencia de la actual coalición cristiano-liberal. Esta vez, la lucha entre los dos principales partidos y candidatos, Kohl y Schröder, CDU y SPD, no se centrará, como otras veces, en euromisiles, ni en la defensa en general, ni en la política internacional, ni siquiera en la propia política europea. Los candidatos saben que los alemanes tienen la sensación de que sus políticos han estado más dedicados a la gran política exterior que a sus problemas cotidianos. En este sentido, será Kohl el que mayores dificultades tenga para hacer creíble su interés por los asuntos internos.

Schröder no se lo ha puesto fácil a Kohl con su nombramiento de Jost Stollmann como candidato al poderosísimo cargo de ministro de Economía. Stollmann llega con ideas de renovación para la cada vez más anquilosada economía y legislación fiscal y laboral del país; y que los sindicatos hayan digerido ese nombramiento demuestra que, por fin, la izquierda alemana parece decidida a poner fin a su larga travesía del desierto. Tanto Kohl como Schröder ofrecen reducciones impositivas y prometen planes de empleo tan ambiciosos como electoralistas. Más ambiguos son en otras reformas que la hiperregulada legislación fiscal y laboral necesita urgentemente para hacer que Alemania recupere el pulso económico. Gane quien gane, son previsibles las dificultades en la aplicación de esas reformas que inevitablemente impondrán severas renuncias a amplios sectores. Por otra parte, aunque Schröder evita hablar de ello, el SPD sabe que necesitará a Los Verdes para gobernar, si éstos cosechan un resultado que lo haga posible. Kohl, por su parte, sólo puede rezar para que los liberales superen el listón del 5% para renovar la coalición. La izquierda ha logrado, tras lustros de división y luchas internas, una unidad que puede enterrar la era Kohl. Pero el canciller, un hombre cuya principal arma política siempre ha sido capitalizar la tendencia de sus adversarios a minusvalorarlo, está aún lejos de haber sido derrotado. La ventaja de Schröder, que era de 11 puntos hace dos meses, es hoy sólo de cinco o seis. Los socialdemócratas harían bien en no vender la piel de ese oso político que es Kohl antes de cazarlo.

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