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Tribuna
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Agosto negro

Emilio Ontiveros

Ni siquiera en aquellos países de Europa con una mayor dependencia de la tradición y de los rigores del clima se relaja durante este mes la implacable conexión al proceso de globalización financiera. Al término de estos treinta y un días, sin que entre ellos haya mediado indicador adverso alguno de carácter local, se habrá reducido significativamente la riqueza de los millones de españoles con inversiones en la Bolsa. La aparente inmunización frente a la crisis asiática que los mercados de acciones europeos habían exhibido durante la primera mitad del año se ha debilitado en las últimas semanas, al tiempo que la entrada en una nueva fase de la crisis rusa ha situado a las puertas de Alemania amenazas no contempladas desde la convulsión rusa de 1993.

Los efectos suavizadores de las tensiones inflacionistas que los más optimistas, o los más cínicos, pensaban podía originar la debilidad de las economías del sureste asiático han sido sustituidas por las presunciones depresivas consecuentes con la incorporación de Japón a ese cuadro de recesión e inestabilidad financiera en aquella región.

Aunque en menor medida que en EEUU, la menor demanda y la renovada competitividad asociada a las depreciaciones cambiarias en la mayoría de aquellos países, necesariamente acabará incidiendo en el ritmo de crecimiento de las economías europeas y en los beneficios de sus empresas. Y esto lo acusan los mercados.

La segunda línea de impacto, la que en la jornada de ayer ha acusado en mayor medida el mercado bursátil español, es la procedente a través de la desvalorización de aquellas empresas con importantes inversiones en América Latina. La mayor vulnerabilidad del sector exterior de estas economías, el mantenimiento de un elevado grado de dependencia del ahorro extranjero, renueva las probabilidades de depreciaciones en el tipo de cambio de la mayoría de las monedas, pieza esencial en los propósitos de estabilidad económica de la mayoría de los Gobiernos.

Algunos de ellos se enfrentan adicionalmente a calendarios electorales que no facilitan precisamente la adopción de decisiones restauradoras de aquellos niveles de riesgo compatibles con la estabilidad cambiaria.

Es razonable, por tanto, que el mismo mercado que saludó las intensificación de las inversiones en el subcontinente latinoamericano, ahora muestre sus cautelas valorativas, sin menoscabo de la exageración de algunas de ellas. Exageración que también deriva del peso específico que en nuestro mercado de valores tiene esa media docena escasa de empresas más directamente expuestas en América Latina y que de persistir la inestabilidad actual, podría terminar alimentando esa tercera línea de impacto contractivo en la economía española: la derivada de la merma de riqueza que esos millones de españoles sufrirán en el caso de que los mercados financieros extiendan sus purgas más allá de este agosto negro y global.

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