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Tribuna:FIESTA EN LA REPÚBLICA DE GRÀCIA
Tribuna
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Los bingueros GUILLEM MARTÍNEZ

Cena con dos amigotes en uno de los mejores restaurantes de Gràcia. Pinceladas: restaurante de cocina catalana -ya saben, cocina de temporada-, precios ultrarrazonables, acopio de platos reconocibles, gente que quiere darle un par de golpes a la vida y que, precisamente por eso, sale a cenar con la novia que, a su vez, es otra cosa reconocible. El camarero, para tomarte nota, se sienta en tu mesa, dice "què farem?", te manga un cigarrillo de tu cajetilla y se ríe. Mientras toma nota hablamos un poco de la vida. En esos momentos descubres que uno va a cenar fuera para que un desconocido se siente en tu mesa y te hable de la vida. Cuando se va el camarero seguimos hablando de la vida, lo cual demuestra que somos unos desconocidos. Hablar de la vida se parece a hablar de fútbol en que nadie tiene ni idea sobre ambos temas, por eso cuando hablas de esos temas hablas de ti. Si exceptuamos a Clemente, esa regla es universal. Cenamos, Ñam-ñam. Salimos. Avanzamos por las calles de Gràcia. De vez en cuando se nos cruza una señorita republicano-federalista -es decir, con wonderbra cantonalista, que dice viva-Cartagena, disfruta de una autonomía amplia y, glups, va a su bola-. Cruzamos las calles engalanadas. Meditación: la arquitectura efímera de Gràcia se diferencia de la arquitectura FAD de Barcelona en que es funcional y barata, y se parece en que cuando llueve ambas arquitecturas se van al garete. Nos detenemos por fin en una calle en la que se han tirado al bingo. Estas calles con timba de bingo son palabras mayores. No se las pierdan. Una calle con bingo es una iglesia por lo civil: la gente está callada y si se te escapa un je-je te mandan parar. Este silencio religioso se rompe por el pollo que canta los números y que confiere al compendio una estética de partido espectacular del Grand Slam, en el que se enfrentan Monica Seles y, como mínimo, la protagonista de Bambola. Yo he visto con estos ojos que se comerán los gusanos entrar en una calle binguera al alcalde de Barcelona y el chico del año de ese año de Convergència, ambos con cara de político enrollado, y que nadie les hiciera el más mínimo caso. En esos momentos, los políticos quedan tan decalagés, solitarios y abandonados, que se les pone una cara como de analizar su vida. Quizá fue en una calle con bingo cuando Maragall decidió irse a Roma. La pesadilla de un político catalán consiste en soñar que se entra en una calle de esas, nadie les hace caso, se encuentra a una novia de cuando OTAN no, bases fora y, encima, por el móvil les llama el fiscal Starr. Bueno. La calle binguera por la que hemos optado practica el bingo-Babel. Vamos, que un señor dice el número en catalán y otro en castellano. Eso hace reír a los usuarios del bingo, que se lo toman a chiste, lo cual invita a pensar que lo de Babel, que para los usuarios del póquer político es algo serio, para los usuarios de las lenguas es sólo un chiste. El silencio sólo se ve enturbiado a) para decir el premio de la línea y del bingo -4.000 y 11.000, más o menos-, b) cuando al señor del micro le sale el número "u", momento en que toda la calle responde: "uuuuuuuuh", c), para enviar a la porra a un gracioso que, a mitad de partida, grita "¡bingo!" desde la bocacalle, y d) para decir una animalada en honor de los compañeros de mesa, señores y señoras desconocidos sentados delante de ti, en esa coreografía que, ha quedado claro, invita a hablar de la vida. O de fútbol. Esta noche el Barça ha vuelto a su dinámica histórica de perder partidos by the face, hecho muy comentado por las abuelitas que me han tocado delante: "Senyora, què ha fet el Barça?", "Jove, el Barça ha perdut. Molt". La última partida tiene premio king-size -10.000 la línea, 40.000 el bingo-. Una abuelita desconocida, sentada delante de mí, habla de la vida: "és gairebé el que cobro de pensió". "Doncs això és el que hauria de cobrar en Van Gaal", dice otro desconocido. La mesa se ríe. De la Luna. Sentarte frente a un desconocido es fabuloso.

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