...y para gozar
Si alguien siente reparos a la hora de nadar en un sitio sin término medio, donde desde la roca acariciada por las olas se pasa a una profundidad de varios metros, siempre puede aprovechar la playa de El Cabo para darse a la reflexión. La ausencia de bullicio y el efecto hipnótico del oleaje convierten una tarde en El Cabo en el escenario perfecto para meditar sobre lo humano y lo divino. Sobre todo a última hora, cuando las formas se confunden en la bruma del anochecer. El canto de los grillos acompaña a las primeras luces de las farolas, mientras el faro que acota el norte del paraje guía a los veleros a una cena en altamar
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