El problema es Japón
Un rumor o un malentendido sobre la reestructuración de la deuda pública de Indonesia ha sido el factor desencadenante de la última de las erupciones del volcán asiático. Importa menos el fundamento real de ese precipitador que la sensibilidad con que los mercados financieros reaccionan a cualquier señal expresiva de agravamiento de la crisis en aquella región. Ahora, agravamiento no significa otra cosa que aumento de las probabilidades de devaluación de la moneda china. Y esas probabilidades, a su vez, están estrechamente asociadas a la persistencia de la debilidad de la moneda japonesa. El verdadero problema es el yen. El nuevo Gobierno de Obuchi ha traducido ese periodo de gracia que los mercados financieros suelen conceder en un aumento claro de la desconfianza en su capacidad para asentar aquella economía en una senda de crecimiento y, lo que es más grave, para abordar las reformas que la precaria salud del sistema financiero requiere. El resultado no es otro que la renovada vulnerabilidad de su moneda: la facilidad con que emergen las presiones vendedoras de activos financieros en yenes y la búsqueda de refugios más seguros, los mercados de deuda pública que se manejan en monedas occidentales. Una actitud tal, lejos de ser exclusiva de los grandes operadores financieros, está siendo alimentada por las propias familias niponas, cuya incertidumbre sigue determinando el crecimiento del ahorro, a pesar del descenso de la renta, y su colocación en monedas más seguras, el dólar de EEUU en particular.
La ausencia de razones suficientes para confiar en el final de esa gradual depreciación del yen, aun cuando se renueven los propósitos de intervención en los mercados de divisas, incide también de forma adversa en las economías de la región a través de dos vías, reduciendo las exportaciones de capital y mermando la competitividad exterior de esas economías convalecientes: las compras a los vecinos se reducen y las ventas japonesas al exterior compiten directamente con las de aquéllos. El temor a una nueva ronda de devaluaciones como la iniciada hace poco más de un año encuentra así fundamento y, desde luego, la correspondiente al yuan chino, claramente sobrevalorado en la actualidad.
La trascendencia de una devaluación del yuan no sería únicamente económica. Además de empujar al dólar de Hong Kong, con un tipo de cambio fijo frente al dólar estadounidense desde octubre de 1984, y desencadenar una nueva ronda devaluatoria en la región, podría abrir una seria crisis política en aquel país. El Gobierno actual ha hecho de la defensa del tipo de cambio una de las prioridades más vinculantes y su modificación debilitaría claramente a los defensores de una creciente apertura del sistema, a fuer de aumentar significativamente el riesgo del país. La ausencia de plena convertibilidad y la disposición de cuantiosas reservas han permitido hasta ahora el alejamiento de esa posibilidad; la continuidad de las tensiones en la región, el aumento de la desconfianza en Japón, ha vuelto a aproximarla. De la capacidad para restaurar esta última va a depender fundamentalmente la entrada o no en una nueva y más severa fase de la crisis asiática.
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