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Turistas

Se los ve por la Plaza Mayor, el Palacio de Oriente y, sobre todo, por la zona de museos del Museo del Prado.Tienen más o menos la misma pinta de guiris que los demás cuando viajamos por ahí fuera: gorra, ropa deportiva, la cámara fotográfica al hombro y ese gesto escrutador un poco bobalicón tan característico en el semblante.

Son turistas, turistas en Madrid, el único lugar en el que no podemos ser turistas los madrileños.

Ellos son los que pueblan las tabernas típicas del barrio de los Austrias y conforman la clientela de las tiendas de recuerdos, donde venden toda suerte de objetos que a nosotros nunca nos recordarían esta ciudad.

Abanicos, damasquinados, carteles taurinos con el hueco para imprimir "your name" y otras bagatelas de parecida factura constituyen el fundamento de la oferta comercial con la repetida leyenda "recuerdo de Madrid".

Y es que nuestra capital está un tanto desdibujada en términos turísticos. No hay más que escuchar lo que cuentan los denominados "chicos de amarillo", esos estudiantes que el Ayuntamiento viste cada verano de color de pollo para que se trabajen a pie de calle al turista impenitente.

A esos muchachos les han preguntado más de una vez cuál es la parada más cercana a la catedral de Toledo o por dónde cae el Palacio de Segovia. Dos interrogantes que revelan hasta qué punto en los paquetes turísticos de Madrid todo llega a perder su identidad en favor de los destinos circundantes como Ávila, Segovia y, sobre todo, Toledo.

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El despiste de algunos extranjeros llega hasta el extremo de pedir que les indiquen por dónde cae la Alhambra o de confundir la Puerta del Sol con la costa del Sol.

Sobre nuestros monumentos, y siempre a juzgar por lo que los visitantes plantean a los de amarillo, tampoco se puede decir que tengan una idea muy precisa de lo que se van a encontrar aquí.

Así se explica que les pregunten por el "Museo de Santa Sofía", el palacio del Arte y hasta el castillo de los Windsor.

Y en cuanto a las plazas más emblemáticas, y supuestamente universales de nuestra ciudad, todo el mito sobre su conocimiento universal salta por los aires cuando un joven rubio de pantalón corto y su compañera pelirroja solicitan información sobre la hora en que "abren" la Cibeles o insisten en localizar la "puerta" tras salir del metro en la estación de Sol.

El citado anecdotario no tiene un especial valor estadístico, pero sí llega a dar una idea de lo difuminada por ahí fuera que está la imagen de nuestra ciudad. Un factor que la Asociación de Hoteleros Madrileños considera muy negativo para el sector.

Esta organización entiende que Madrid tiene muchas y muy valiosas joyas que vender fuera de nuestras fronteras y, sin embargo, seguimos siendo puertas afuera la ciudad de la nada.

La capital de España, que logró hacerse un hueco en el concierto internacional de las ferias y los congresos, no ha conseguido consolidar una imagen de marca de Madrid como ciudad turística.

Ver abarrotado de extranjeros el museo del Prado o el Palacio Real o repletas las terrazas de la Plaza Mayor no debe dejarnos satisfechos.

Madrid tiene necesidad de proyectar al exterior una identidad turística propia y compacta de la que ahora carece.

Una imagen como la tienen conformada París, Viena, Londres o Roma.

Esa empresa sólo se logra con una política de promoción turística bien diseñada y coordinada entre las tres administraciones competentes, y no tirándose los trastos a la cabeza como han hecho la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid por una cuestión de cargos en el recién constituido Consejo de Promoción Turística de la Región.

Los empresarios hoteleros creen que hay mucho que hacer en este campo y que si se hace y se hace bien, el sector podría aprovechar la época actual de bonanza e incrementar un diez por ciento su capacidad hotelera antes del año 2000.

El turismo es un buen negocio, y aunque nos sigan comprando cartelones taurinos, abanicos y damasquinados, o consideren Toledo o Segovia como destinos indispensables, lo importante es que vengan a Madrid a ver Madrid.

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