El don de mirar
Conocí a Xavier Miserachs en Barcelona. Me lo presentó uno de sus grandes amigos, mi hermano Oriol, algún día o alguna noche de aquel torbellino que dejó tras de sí la explosión de libertad y de arte de los deliciosos años sesenta, tan denigrada por los pusilánimes y resentidos del confortable mundo de hoy. Y a lo largo de 30 años aprendí de él, como aprendimos tantos de nosotros, lo que era ser un buen fotógrafo, cómo resultaba posible ser a un tiempo ciudadano honesto, amigo fiel, irónico observador de la realidad cotidiana, fabulador de la imagen, y tal vez por todo ello, certero conquistador de un prestigio que nadie le ha negado jamás. Nos lo enseñó poco a poco, sin estridencias, sin teorías retóricas, sin manifiestos dogmáticos, sin aspavientos ególatras, sino con su presencia y con la placidez risueña de su forma de ser y de vivir. El fotógrafo, parecía decirnos, es aquel que tiene el privilegio de saber desmenuzar la mirada y hacerla penetrar en cada una de las franjas y revestimientos de la imagen, el que sabe acertar el encuadre preciso, el que es capaz de extraer de la expresión de un hombre, una mujer, un paisaje o un fenómeno cualquiera, lo que tiene de esencial, hacer aflorar lo que lo define, poner de manifiesto lo fundamental de su ser. Lo veíamos en la forma de llevar la máquina colgada del hombro, hoy como ayer, mientras la mirada vagaba del suelo al horizonte tomando nota del movimiento mágico al que los seres y los objetos de este mundo parecen entregarse al margen de la realidad y que sólo es visible por los pocos mortales que han recibido de los dioses el don de penetrar en ella. Lo veíamos en la forma de decidirse por tal o cual luz, situación o gesto, lo veíamos y lo íbamos aprendiendo en las fotos que nos hacía y que nos enviaba. Pero también en los libros que publicaba y en las exposiciones de sus fotografías. Descubrimos así aspectos desconocidos de nuestra propia vida, tan atareados como estábamos en vivirla, con los magníficos libros Barcelona en blanc i negre y Costa Brava show. Vinieron después Catalunya a vol d"ocell y Barcelona a vol d"ocell, y Catalunya des del mar (con texto de Carlos Barral), y un maravilloso libro L"Empordà. Llibre de meravelles (con texto de Antoni Puigverd), y Els barcelonins, con los fotógrafos Colita y Oriol Maspons, y L"estiueig a Catalunya. Sólo cuando se conoce tanto la propia realidad se llega a ser universal, y también a través de Xavier conocimos paisajes ignotos del lejano mundo que entonces nos estaba vedado, mucho antes de que las agencias de viajes los comenzaran a promocionar y los turistas a desbaratar para siempre. Además, supo mantener hasta ayer, el día de su muerte, el amor y el conocimiento por la música, amor y conocimiento que puso al servicio del mítico Bocaccio y del Up & Down, dos de los locales de la reciente historia nocturna de Barcelona que, gracias a él, han podido estar más al día y mantener la calidad a la misma altura que la diversión y la frivolidad. Y para redondear su personalidad tímida y vagamente renacentista, Xavier nos dejó el testimonio escrito de su propia vida profesional y personal en unas memorias que para ser fiel a su origen tituló Fulls de contacte. Un testimonio irónico de su historia, tan vinculada a cada uno de los aspectos de la historia artística de una ciudad de la que conocía los recovecos, las frustraciones y las esperanzas. Entre las mil fotografías que nos hizo a todos, guardo en el lugar más visible una de las más bellas y tiernas imágenes que me hizo Xavier con mi hijo David apenas salido de la cuna, cuando todavía no sabíamos que la vida iba en serio y tristezas como las de hoy nos parecían historias de otros mundos para los demás. Escribo estas líneas cegada por las lágrimas tras las cuales pugna por abrirse paso ese rostro que ya nunca volveré a ver. Escribo por el afán desesperado e inútil de dejar constancia de una pérdida que sé de veras irreparable. Y ni siquiera pretendo eludir las palabras tópicas que durante generaciones han ayudado a los humanos de este país a decir y a decirse cuán tristes se habían quedado. No pretendo ser original, sólo sé que ha muerto un amigo del alma, una persona excelente, un artista de corazón, un fotógrafo inmejorable, un señor de Barcelona. Descansa en paz, Xavier, querido Xavier.
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