Grupo y director decepcionantes
Orquesta Joven de Baviera Obras de Brahms, Weber, Beethoven y Strauss. Harald Harrer, clarinete. Orquesta Joven de Baviera. Director: Jean-Pierre Faber. IX Festival Internacional de Música. Palau dels Borja. Gandia, 12 de agosto de 1998.La estructura propia de una orquesta juvenil hace difícil prever cuál será el grado real de sus integrantes en un momento dado. Si la formación se encuentra de gira habrá que sumar el interrogante del cansancio que pueden sentir los músicos, bisoños en su mayor parte, como consecuencia de los avatares de un viaje. También se puede cuestionar la idoneidad artística del maestro que ocasionalmente dirige la orquesta en cada actuación. La envergadura del repertorio tampoco habrá de ser soslayada como uno de los factores atenuantes a la hora de valorar los resultados finales del concierto. La actuación de la Orquesta Juvenil de Baviera, en el Festival Internacional de Gandia, invita a todo tipo de considerandos. Frente a lo que cabría esperar de un conjunto ubicado en uno de los países musicales por excelencia, este concierto del miércoles en el Palau dels Borja no proporcionó la imagen de unos fundamentos sólidos en la preparación musical de la orquesta ni una personalidad de altura en el maestro Jean-Pierre Faber. Mucho me temo que todos los considerandos aducidos en su descargo obraron de forma negativa sobre el juvenil conjunto bávaro. Desde el retraso en el comienzo del concierto, algo inusual en el festival de Gandia que provocó la justificada protesta de un espectador, hasta el afán del director por taponar las flagrantes brechas de calidad mediante el recurso al efectismo del peor gusto, el acto discurrió por la senda de la triste mediocridad. Atonía expresiva Las Variaciones sobre un tema de Haydn, obra ya madura de un Brahms todavía joven, fueron leídas con problemas de ajuste métrico, fallos graves en el metal y una clara atonía expresiva. El Concierto para clarinete número 1 de Weber tuvo en Harald Harrer un solista de técnica segura y sonido limpio. Faltó, sin embargo, un acompañamiento más sensible al carácter de la música, que no es el del mero exhibicionismo virtuosístico. Jean-Pierre Faber situó la Séptima sinfonía de Beethoven en unas coordenadas muy distantes de la genial manipulación rítmica que preside la obra. Los recursos técnicos de Faber, como director, se limitaron a un marcado unidireccional, como si el metal y la percusión fuesen los únicos protagonistas de un discurso pobremente articulado por los arcos, en ocasiones al borde del colapso métrico. El straussiano Vals del Emperador, interpretado fuera de programa, se asemejó a una marcha prusiana rimada por un tambor errático.
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