Ibérico: Bisontes castizos
Ibérica es la cordillera nuclear del país; Ibérica es la Península, asunto en el que los íberos le ganaron la partida a los celtas. Iberia es el nombre de una compañía aérea fundada en 1927 y de una suite compuesta por Isaac Albéniz en la que sin gajes aduaneros se puede viajar de Triana a Lavapiés y de Ronda hasta Almería. Pero el ibérico por antonomasia es un mamífero que habita en la zona que fue de los tartésicos, un bisonte castizo que elevó la bellota a obra de arte y convirtió el pata negra en fuente de divisas. Aunque en el escudo originario de Andalucía aparece un león, los dos animales emblemáticos producen vida con dos palabras que parecen quitarla: Matador y Matanza. El toro y el cerdo mandan mucho más que el rey de la selva y que Livignstone. Supongo. En torno al cerdo hay un metalenguaje chacinero que le bajar los humos a tanto antropocentrismo. En el marco porcino que se extiende por Jabugo y Cumbres Mayores, dornajo es el recipiente donde se le echa de comer a los cerdos, mientras que dornillo es un plato semiesférico en el que se maja el gazpacho. Por extensión, el diccionario dice del dornillero que es "el que en las cuadrillas de trabajadores del campo está encargado de hacer el gazpacho". Gazpachero, sin embargo, es "el trabajador encargado de hacer la comida a los gañanes". En el lenguaje del cerdo, más sutil de lo que se cree, lo definido no va en la definición. Ibéricos del Sur no es un grupo de rock, sino una firma jamonera. El mítico marrano bellotero tiene un primo hermano del que daba cuenta Félix Rodríguez de la Fuente. Oxynotus Centrina es el nombre científico del cerdo marino, una variedad de tiburón que en la galería del popular zoólogo y documentalista aparece escoltado por el cazón y el rodaballo, pata negra de la mar, en un subgrupo de 12 peces, 12 apóstoles de una última cena submarina. El cerdo marino debe su nombre a su aspecto rechoncho y pesado, escualo nada escuálido, y a una prominencia hociquera que lo emparenta con el cochino. Su matanza sería mucho más complicada: en el borde interior de cada una de sus aletas dorsales dispone de un robusto espolón venenoso, artilugio en el que pudo inspirarse Ian Fleming para esos coches futuristas de James Bond. El calamar, con su tinta, escribe novelas negras con las andanzas de este cerdo asesino que busca bellotas entre los corales.
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