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TERROR EN ÁFRICA

Dolor a ambos lados del Océano

Mientras en EEUU los familiares de las víctimas conocían la noticia, en Naibori se luchaba contra la muerte

El pasado viernes, una carta sin mucho contenido llegó al hogar de Delbert y Mary Olds en Panama City, Florida. Dentro del sobre sólo había un papel con la frase: "Os enviaré un e-mail pronto".La misma tarde del viernes, dos oficiales de la Fuerza Aérea llegaron con otra carta. En ella se informaba de que Shery Lynn Olds, una sargento mayor de la aviación de EEUU, había muerto a primera hora de aquel día tras la explosión de una bomba junto a la Embajada estadounidense en Nairobi, la capital de Kenia.

"Era alguien muy especial para sus padres. Ha sido una pérdida devastadora para ellos", declaró una tía de la víctima.

Otras familias no tuvieron una forma muy afortunada de conocer la noticia. El teléfono sonó en casa de Bonnie Hobson, en el Estado de Montana, antes de que el sol saliera. Su hijo, el sargento de 27 años Kenneth Hobson, había fallecido en el atentado. Al otro lado del aparato se encontraba su nuera, Debbie, quien llamaba desde Nairobi llorando desconsoladamente. "Ha muerto", dijo.

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Mientras, los pacientes heridos y doloridos atestaban las habitaciones, pasillos y unidades de cuidados intensivos del hospital más grande de Kenia, donde médicos y enfermeras llegaban al límite de sus fuerzas mientras luchaban por curar a los heridos por el coche bomba.

"Este lugar estaba lleno de sangre", declaró ayer Henry Njoroge, un técnico de rayos X del hospital nacional Jomo Keniatta, que en las horas posteriores a la explosión había examinado a 1.600 personas, de las cuales 257 fueron ingresadas. "Atendimos a muchos que estaban inconscientes o en estado de choque, y nosotros también estábamos conmocionados".

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El hospital Jomo Keniatta se quedó sin película para rayos X, respiradores, guantes esterilizados, medicamentos contra el dolor y otros utensilios básicos. La reacción de la gente ha ayudado a los responsables del hospital a hacer frente a la situación. Cientos de personas se presentaron a donar sangre, comida, mantas y sábanas. Médicos y estudiantes estuvieron trabajando las 24 horas.

El viernes por la mañana, las 10 plantas del hospital, situado a poco más de tres kilómetros de la Embajada de EEUU, se estremecieron por la fuerza de la explosión. En el espacio de diez minutos, cientos de personas, con las caras rasgadas por los cristales que volaron y los huesos doloridos por la deflagración, comenzaron a fluir por la puerta principal del hospital llevados hasta allí tanto por las ambulancias como por conductores particulares. Los médicos en prácticas y los estudiantes de medicina llegaron segundos más tarde.

"Todo nos sobrepasaba", señala Kepha Maroro, un estudiante de medicina de la Universidad de Nairobi. "Había tantas personas, que no sabíamos a quién atender. Nosotros éramos unos pocos y el número de pacientes era muy grande. Si alguien podía andar, no le atendíamos".

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