_
_
_
_

Un edificio hecho de olvidos

Si viene usted a visitar Alicante, no busque Casalarga en los planos. Este edificio, de dos porterías y cuatro alturas arrastra desde su creación el desentendimiento de los poderes públicos y un insoportable lastre de marginación que pesa sobre todos sus habitantes, familias humildes -en su mayoría de etnia gitana- que lo construyeron con sus propias manos gracias al dinero de Caritas, propietaria del inmueble. Se levantó tras las riadas del año 1967, cuando se vio que era necesario proporcionar alojamiento a las familias gitanas que vivían en cuevas. 30 años más tarde, el edificio está tan deteriorado que sus inquilinos piden su traslado a una vivienda nueva por temor a que se les caiga encima. Ventanas cerradas El nombre de Casalarga se puso de actualidad hace apenas dos meses, cuando los vecinos, hartos del trasiego de drogadictos en busca de una dosis, montaron guardia para impedir su entrada a las viviendas. Ahora, la familia que se dedica a la venta de estupefacientes -la única, según el resto- ha de hacerlo en las inmediaciones del bloque, y no en su casa. Pero Casalarga no es sinónimo de drogadicción, sino de situaciones de pobreza extrema. Como la de la familia Santiago Torres, cuya casa, totalmente degradada, es un reflejo de los defectos estructurales del edificio y un foco de enfermedades para sus moradores. El cabeza de familia, Francisco Santiago, padece una bronquitis crónica. Sus hijas pequeñas, María Amparo y Segunda, que comparten habitación con el tendedero, también padecen una enfermedad respiratoria a causa de la humedad que sus padres no aciertan a pronunciar que, procedente de una tubería rota en el patio, empapa las paredes de la estancia. Y en verano no pueden abrir la ventana para que entre el fresco porque "entran ratas como gatos de grandes", según la familia. "Así no se puede vivir". Con esta simple frase resume Mercedes Santiago, madre de cuatro hijos, el día a día en Casalarga. Su hijo pequeño, de dos años, está resfriado desde que nació a causa de la humedad. Y lo más sangrante, según ella, es la concepción que de los vecinos de Casalarga tiene el resto de los alicantinos. Los taxistas, por ejemplo, se niegan a transportar hasta allí a sus viajeros. No son los únicos. Hace tiempo ya que al edificio dejaron de pasar los camiones de butano. "Nos han puesto una fama que no nos pertenece", protesta. En algunas paredes de su domicilio todavía pueden observarse las marcas de las muestras de hormigón que recogieron los técnicos de la Consejería de Obras Públicas para documentar el informe sobre el estado del edificio. Según dicho informe, el inmueble sufre "deterioros en la instalación eléctrica, en los desagües, mal estado de los tabiques y síntomas de corrosión y oxidación". Se reconoce que los daños son "de importancia, pero susceptibles de reparación". Los vecinos no quieren apaños, sino que se derruya el edificio y se les proporcionen viviendas sociales. Mercedes friega los cacharros al lado de la viga que apuntala el techo. "Friegue usted con casco, señora", le dijeron los técnicos. Viviendas sociales El concejal de Nova Esquerra en el Ayuntamiento de Alicante, Pablo Rosser, señala que existe una plataforma de discusión con representantes de los vecinos, de asociaciones gitanas, de Caritas, del Ayuntamiento y de la Generalitat. Según Rosser, dicha plataforma, constituida el 17 de diciembre de 1996, sólo se reunió una vez, en enero de 1997, un mes antes de que tomara posesión la nueva consejera de Bienestar Social, Marcela Miró, en sustitución de José Sanmartín. "No se ha avanzado prácticamente nada en este tema", concluye Rosser. Asimismo, se creó una comisión que elaboró el primer plan de intervención integral en Casalarga, que jamás llegó a activarse. Los vecinos desconfían de la Generalitat. Aseguran que les han dicho que, tras las reformas, las viviendas pasarán a ser de su propiedad, pero ellos creen que es una artimaña de la Administración para desentenderse del problema. "Nos rehabilitan la casa, nos la regalan y cuando, en unos años, se caiga, ya no será su problema", resume Mercedes Santiago. Desde la Asociación de Promoción Gitana Arakerando se demanda a la Administración autonómica que asuma sus responsabilidades en Casalarga. La vía que consideran más adecuada para que el barrio pueda integrarse en la trama urbana normalizada es la activación de un plan de intervención social que permita, en el plazo máximo de dos años, el fin de un gueto en el corazón mismo de la ciudad de Alicante.

Divididos por un muro

Todo gueto que se precie debe estar aislado, y a ser posible, por un muro. Casalarga está escondida al final de una calle y disimulada por la mole de la residencia de ancianos colindante, convenientemente separada por una pared, y la cara opuesta da a un patio que sirve de almacén de las alpargatas que una de las familias se dedica a coser. Entre ellas y el colegio se encuentra un pasaje que enlaza directamente con el barrio de Juan XXIII, el barrio de los payos que en 1985 decidieron erigir un muro de bloques que cegara la vía de comunicación. Dicho muro se ha convertido, con el paso del tiempo y por las historias que lleva aparejadas, en el símbolo de la política de exclusión que se suele emplear frente a los focos de pobreza. Como si de una fábula con moraleja se tratase, dos años después de su construcción, en las inundaciones del 87, el muro se convirtió en una trampa mortal para sus constructores. El pasaje hacía las veces de río, el muro las veces de presa y la crecida de las aguas amenazaba con convertir la calle en un embalse que anegara vidas y viviendas. Cuentan los gitanos que, viendo el peligro que corrían sus vecinos al otro lado del muro, derribaron el muro a martillazos para dar salida a la lengua de agua, que arrasó el modesto colegio donde estudian sus niños. Fue en vano. Poco después de las inundaciones, las aguas volvieron a su cauce y los vecinos de Juan XXIII volvieron a tapiar el pasaje. Tras un periodo en el que los de Casalarga derribaban el muro y los payos lo volvían a levantar, en el año 1995, justo antes de las elecciones municipales, el Ayuntamiento levantó el muro, esta vez de hormigón, para que permaneciera inamovible... al menos, hasta las próximas inundaciones.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_