Los recursos hídricos en el 2060 disminuirán un 22% en el río Júcar y un 28% en el Segura
El temido cambio climático, el aumento de la temperatura provocado por la ingente emisión a la atmósfera de gases con efecto invernadero como el CO2 y el metano, tendrá a mediados del siglo XXI unas consecuencias drásticas para los recursos hídricos de los ríos ibéricos que desaguan en el mar Mediterráneo. Así, en la Comunidad Valenciana el agua disponible en el 2060 se reducirá un 22% en la cuenca del Júcar y un 28% en la del Segura. Así se concluye en un estudio elaborado por Francisco Ayala y Alfredo Iglesias, dos investigadores del Instituto Tecnológico Geominero.
Según su estudio, que el Instituto Geominero prevé publicar en un futuro próximo, la pérdida de agua disponible en las cuencas españolas será generalizada en todos los ríos. Así, si entre 1940 y 1985 la aportación media anual de agua fue de 115.739 hectómetros cúbicos, en el 2060 será 20.115 hectómetros menor. Los expertos calculan que la reducción media anual en la España peninsular será de un 17% con unos picos máximos de estrés hídrico en las cuencas del sur y del este. Mientras en las cuencas internas de Cataluña la merma será de sólo un 6% y en la de Galicia Costa de un 10% -los mínimos ibéricos- el máximo detrimento lo sufrirán la del Guadalquivir, que perderá en el 2060 más de un tercio (34%) de su disponibilidad actual, la cuenca Sur, con una reducción del 31%, la del Guadiana (23%) y las dos que afectan a la Comunidad Valenciana. En concreto, el informe Impactos del posible cambio climático sobre los recursos hídricos, el diseño y la planificación hidrológica en la España peninsular cifra la reducción de los recursos hídricos en el Júcar en 912 hectómetros cúbicos de agua anuales y en 279 en la del segura. El cambio climático se trata de un desastre anunciado que hasta muy recientemente no se podía abordar con datos fidedignos. Así, Ayala recuerda que en el nonato Plan Hidrológico Nacional elaborado en 1993 por el Ministerio de Obras Públicas de Josep Borrel no se pudo abordar cualitativamente el problema. El acercamiento a las verdaderas dimensiones del cambio sólo ha sido posible a raíz de los estudios elaborados en 1996 por el Instituto Nacional de Meteorología sobre los cambios previstos en cuanto a temperaturas y precipitaciones. Con esos escenarios descritos empieza el trabajo de Ayala e Iglesias. Lo primero que llama la atención del estudio es cómo los cambios en estos dos parámetros se amplifican al analizar los recursos hídricos disponibles. Así, en España se espera en el 2060 un aumento de 2,5 grados y una reducción media de las precipitaciones del 8%. Un régimen de lluvias que disminuirá en un 10% en las cuencas del Júcar y del Segura y que en las del Sur y del Guadalquivir llegará a un 17% y a un 15% respectivamente. Según el informe, un menor régimen pluviométrico supondrá una variación de la cubierta vegetal, tanto en cifras de biomasa y distribución geográfica de las especies como en superficie foliar (tamaño de las hojas). A su vez, la menor cobertura vegetal afectará a la infiltración del agua al subsuelo (las plantas retendrán menos agua) y, por tanto, en la el líquido que transportarán las cuencas en superficie. Usando complejos modelos matemáticos en los que se introducen los recursos hídricos regulados por los ríos, la capacidad de los embalses de cada cuenca y la demanda hídrica mes a mes, los autores llegan a la conclusión de que la escasez de agua afectará gravemente tanto a los abastecimientos urbanos como a la generación hidroeléctrica y a los regadíos. Ayala e Iglesias también analizan la relación del cambio climático con el diseño actual de las infraestructuras hidráulicas, que se basa en una hipótesis básica: "La constancia del clima en series mayores de 30-40 años". Es decir, los embalses se planifican tras analizar las series de aforos y precipitación, tanto en las rachas secas como las húmedas, y se supone que los resultados se mantendrán en el futuro. Ésta es, lógicamente, una hipótesis que quedará invalidada de confirmarse, como así afirma la sociedad científica, el cambio climático. Así, con sus previsiones para el 2060 llegan a la conclusión de que los embalses diseñados están claramente sobredimensionados, sobre todo en la mitad sur del país. En concreto, las obras previstas en España estarían dispuestos para regular 619 hectómetros cúbicos más que las disponibilidades reales de agua en el 2060. En lo que afecta a la Comunidad Valenciana, ese exceso de ingeniería de cemento supondría un 14% de los recursos en la cuenca del Júcar y un 15% en la del Segura. Millones en pérdidas Los errores de cálculo de la administración, de no corregirse, pueden suponer para los autores muchos millones de pesetas en pérdidas. En concreto hablan de infraestructuras fallidas, como nuevos embalses que nunca se llenarían o trasvases de agua que no podrían transportar agua puesto que las cuencas serían menos "excedentarias". Y cifran el gasto inútil de estas infraestructuras así como las nuevas para paliar el déficit en más de tres billones de pesetas. De ellos, sólo 875.000 millones son evitables (obras que aún no se han hecho). El resto o son obras que tendrán que hacerse para mejorar la situación o se han invertido ya en monumentos inútiles.
Trasvases inviables y plantas con sed
El informe elaborado por Francisco Ayala y Alfredo Iglesias, expertos del Instituto Tecnológico Geominero, sobre las consecuencias del cambio climático provocado por el efecto invernadero no es nada halagüeño para los agricultores de la Comunidad Valenciana. Lloverá menos (hasta un 10%), hará más calor (2,5 grados), aumentará la evaporación en los embalses (se calcula que un 16% en el Júcar y un 15% en el Segura) y, en resumen, habrá menos agua disponible en los grifos, en las centrales hidroeléctricas y, cómo no, en el campo. Ni siquiera se podrá recurrir a los denostados trasvases, que con tanta frecuencia reclaman las administraciones cuando pretenden aumentar su superficie de regadío. Hasta ahora ha funcionado el mito de la España seca y la España húmeda. En adelante no será así. Un dato: para el 2060, aseguran los expertos, ninguna cuenca española será excedentaria. Por ejemplo, según el Plan Hidrológico Nacional de 1993, el Ebro, cuya agua reclaman ahora los regantes castellonenses, tiene un excedente de 1.612 hectómetros cúbicos anuales. En el 2020 ese excedente se reducirá a sólo 1.034 y en el fatídico 2060 el río español más caudaloso entrará en pérdida: 701 hectómetros. Para Iglesias y Ayala ningún trasvase será viable mediado el siglo próximo y las administraciones tendrán que esforzarse en aprovechar mejor la poca agua que llegue cada año a sus enormes cantimploras de cemento. Aún habrá otro agravante: las plantas tendrán más sed. El calor conllevará una mayor evapotranspiración en la supercie de los vegetales. "El consumo de los regadíos por hectárea crece según aumenta la temperatura", asegura Ayala. Y los expertos lo han calculado. El consumo neto de los regadíos (lo que realmente se vierte en las parcelas) en la cuenca del Júcar aumentará en 314 hectómetros cúbicos; y en la del Segura, en 64. En origen (en los embalses) habrá que emplear aún más agua: 592 y 75, respectivamente. "La sostenibilidad de los regadíos actuales aparece problemática", aseguran Iglesias y Ayala.
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