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Las cigarras

SEGUNDO BRU Pasolini utilizó la desaparición de las luciérnagas, provocada por la contaminación y el uso indiscriminado de insecticidas, como hito para dividir la historia del régimen democristiano en Italia: "La primera fase de dicho régimen (...) es la que va desde el final de la guerra hasta desaparición de las luciérnagas; la segunda fase abarca desde la desaparición de las luciérnagas hasta la actualidad", escribía en 1975, en vísperas de su propio y trágico final. Sciascia retoma las luciérnagas desaparecidas como introducción a su lúcido análisis del caso Moro. También en Sicilia hacía décadas que no se veían las canniliddi di picuraru (candelillas de pastor). "Gusanicos de luz, las llamábamos en la Ayora de mi infancia. También han desaparecido y no sé si aún puede verse alguna en los alrededores de las balsas, entre la densa vegetación de las acequias, por la rambla. Puede que ya sólo sean un recuerdo del pasado, una añoranza más que no puede siquiera transmitirse a quienes no poseen esa imagen de los brillantes titileos en la oscuridad estival y que, como tantas otras cosas perdidas, y por tanto no compartidas, impiden que podamos reconocer en los jóvenes actuales nuestra propia imagen juvenil. Luces y sonidos, olores y sabores, marcan indeleblemente nuestra rememoración de la infancia, por ello la recuperación de alguno de ellos, si es que llega a producirse y por fugaz que sea, nos produce la intensa alegría de un tiempo reencontrado. El sonido diurno del verano en nuestros pinares, en los corsos y provenzales, en los secarrales sicilianos, en las calinosas hondonadas de los valles griegos, es el atronador canto de las cigarras, ese zumbido percutiente que no exaspera sino que contribuye a la modorra meridiana, que acompaña las largas siestas en las tórridas tardes caniculares. El contrapunto vespertino es el más suave concierto de los grillos. Pero tengo la impresión de que, si bien a diferencia de las luciérnagas nunca han llegado a desaparecer por completo, el esplendor acústico del estío ha mermado sensiblemente, incluso donde la existencia todavía de pinos, adelfas y fresnos proporcionan a las infatigables cigarras el líquido sustento de la savia que abrevan, inmóviles, con su chupador hincado en la corteza, a través del cual obtienen cuanto necesitan para mantenerse. Sin embargo, un grosero errror de Esopo, transmitido por La Fontaine, acompañará siempre a nuestra cantarina y mediterránea cigarra presentándola hambrienta en pleno invierno, azotada por el cierzo, mendigando a la hormiga laboriosa y egoísta algo de grano para mantenerse hasta la cosecha. Todo colegial sabía, antes de la invasión anglófona -otro desencuentro insuperable con la juventud actual- los conocidos versos: Vous chantiez! J"en suis fort aise/ Eh bien, dansez maintenant, que nuestro poeta laureado, Don Teodoro Llorente, tradujo como : "!Bien me parece! Pues mira: así como entonces cantabas baila ahora". Vil moraleja -el artista es un gandul que debe padecer por imbécil- de una pobre historieta donde se calumnia a la cigarra -¿de qué le serviría el grano reseco a un insecto chupador?- exaltando a una avara acaparadora, que es realmente quien en verano molesta, acosa, a la cigarra para que se aleje y le abandone el surtidor de dulce savia y hace luego fiambre con sus despojos para el invierno. Así se escribe la historia.

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