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Obras: morir de éxito

Barcelona es una inmensa obra. ¿Cuándo no? Desde que Eduardo Mendoza publicó La ciudad de los prodigios, no hay verano en que el título no sea parodiado y se hable de la ciudad de los proyectos. Especialmente en verano. Las calles parecen convertirse en una especie de reto: una zanja aquí, un hoyo allá, un montón de vallas en cualquier parte. El Ayuntamiento aprovecha los meses de verano para, supuestamente, incordiar menos a los ciudadanos que no pueden evitar ir de un lado a otro, con o sin sentido. Hasta ahora, la intención del equipo municipal coincidía con la realidad. Era un lugar común, una verdad asumida, que la ciudad se vaciaba en agosto y que no estaba llena en julio. Pero eso era antes del diluvio del 92. Porque llegaron los Juegos Olímpicos y, con ellos, la ciudad quedó colocada en el mapa turístico internacional. Cataluña no sólo era la masacrada Costa Brava o la aglomeración de la Costa Dorada. Barcelona se convirtió en polo de atracción. El plan de hoteles, criticado porque iba a hundir al sector, se ha mostrado insuficiente para la demanda. Y ese éxito tiene que ver con algunos de los atascos que las obras ocasionan. Barcelona ya no está desierta ni en julio ni en agosto. No sólo porque llegan los turistas, sino porque permanecen en la ciudad los que trabajan en los servicios que ese turismo propicia. La concejal de Vía Pública, Carmen Sanmiguel, lo reconocía esta misma semana. Y el propio alcalde, Joan Clos. Las obras que este verano provocan y provocarán no pocos sudores, no pocas esperas, hubieran tenido una repercusión mucho menor hace cinco años. La reacción de la oposición es, en cierto sentido, paradigmática: se ha desgañitado criticando el momento elegido para las obras y la oportunidad de concentrarlas todas en el último año de mandato municipal. Ni una sola discrepancia respecto a la conveniencia de hacerlas, lo que no deja de ser, por pasiva, un elogio del urbanismo municipal. Es como si CiU y el PP estuvieran convencidos de que el pensamiento único también alcanza a la plaza de Cerdà. Lo cierto es que algunas obras no pudieron hacerse antes y difícilmente se podrán hacer después. Valgan dos ejemplos: la plaza de Cerdà y el túnel de Mitre. Hasta hace dos días y durante cuatro años, la Gran Via estuvo patas arriba entre las plazas de Espanya y Cerdà. El promotor de las obras era el Gobierno catalán, que adecuaba el último tramo del metro del Baix Llobregat (Ferrocarrils de la Generalitat) a las necesidades actuales. Fue una obra inmensa y dura de soportar para los vecinos. Pero si se hubiera procedido a cortar además la plaza de Cerdà, los colapsos habrían sido morrocotudos. Así que las obras de hoy tuvieron que esperar a que terminaran las de ayer. Dejar un tiempo intermedio hubiera implicado causar no pocas molestias a los aproximadamente 12.000 vecinos que se instalarán en los edificios que se rehabilitan (ex Seat) o construyen. Unos vecinos que ahora no existen. Las obras de Mitre están directamente vinculadas a las del campo del Espanyol, cuyo solar se utiliza para los desvíos, cosa imposible antes y más tarde. Decía anteayer Joan Blanc que los conductores sufrirán molestias. Los peatones también. Las vienen padeciendo desde la generalización del coche. ¿Se puede volver atrás?

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