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Potencia sin autoridad

Andrés Ortega

¿Puede la única superpotencia mandar sin autoridad? O, más precisamente, sin esa cualidad que el maestro García Pelayo prefirió denominar auctoritas, rescatando ese concepto romano que se basa, antes que en el poder, en la influencia o en el condicionamiento de la conducta de los demás -pues eso es la autoridad-, en el crédito y en la confianza. Hoy Estados Unidos puede ser, como la llama Clinton, "potencia indispensable", pero está perdiendo crédito. Un dato revelador, que aporta el Financial Times, es que hoy EE UU tiene castigadas a las dos terceras partes de la población mundial, con una proliferación de sanciones -la mitad iniciadas en los últimos cuatro años- sin ton ni son, de un tipo u otro, que tiende a crecer en vez de a reducirse, a pesar de que vaya en contra de los intereses de las empresas del país.El rechazo del texto aprobado en Roma para la creación del Tribunal Penal Internacional (TPI) permanente es un ejemplo claro de esta falta de autoridad. Pues es la superpotencia, sí, pero no en un mundo de Estados sumisos como quedó claro ya con el tratado de prohibición de las minas antipersonas, nacido a pesar de Washington, o el freno no ha mucho a una acción militar contra Irak. Washington ha amenazado con hacerle la vida imposible al TPI si no se realizaban las "correcciones necesarias" a algunas de sus disposiciones. Bien puede ser, como ha señalado el Departamento de Estado, que "EE UU tiene una responsabilidad especial que otros gobiernos no tienen". Pero esa sola razón no explica su negativa a aceptar una institución cuya necesidad venía defendiendo desde hace años. Es verdad también que EE UU es el país que más soldados tiene fuera de su territorio, y que podrían verse sometidos a la jurisdicción del TPI. Pero hay otras razones, empezando por el peso que ha cobrado el Congreso en la definición, e indefinición, de la política exterior estadounidense. Ésta la dicta casi más el influyente senador Jesse Helms que la secretaria de Estado, Madeleine Albright o el propio presidente.

El Congreso sigue sin liberar los 1.700 millones de dólares que deberá a finales de año a Naciones Unidas -donde quitó a un secretario general que no era de su agrado para poner a otro que le ha salido algo rebelde-, o los 18.000 millones más que debería poner a disposición de un agotado Fondo Monetario Internacional, brazo más importante de la política exterior estadounidense y occidental en este mundo de economía globalizada. Estados Unidos no sólo pierde poder e influencia, sino que hace que se le pierda respeto. Desde luego, ésa es la impresión que da cuando el propio Netanyahu se ha atrevido a poner en jaque durante meses a Clinton en su propio terreno: el Congreso de EE UU.

Hoy por hoy, da la sensación de que en política exterior, ese gran país no sabe a dónde va, carece de proyecto. No quiere ser el policía mundial, pero tampoco dejar de serlo. Ni siquiera parece tener claro el interés nacional. Parece saber lo que no quiere; no lo que quiere. El resultado es una política exterior que parece uno de esos edredones hechos de retales: una suma de posiciones exteriores que nacen de intereses muy particulares, sobradamente conocidos, y agudizados cuando se acercan elecciones en noviembre al Congreso: el lobby polaco para la ampliación de la OTAN, el cubano para la política hacia La Habana o incluso el chino respecto a Pekín, aunque quizás detrás de la política hacia China es donde se percibe un diseño más elaborado. En este panorama, destaca también como le da la espalda a América Latina.

La falta de auctoritas de EE UU puede alentar la incapacidad de Europa, especialmente cuando algunos Estados europeos han creído que la ocasión era propicia para entrar en un directorio, en un tú a tú con Washington, reflejado en esa ficción que es el Grupo de Contacto sobre la antigua Yugoslavia, en detrimento de una política europea común. Probablemente, junto al desarrollo de Europa como potencia, sería necesario que EE UU también recuperase auctoritas, pues sin ella, su poder e influencia resultarán perturbadores.

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