La mirada de Ulises
Hace cuatro años impresionaron esos ojos dibujados al carboncillo sobre un papel y recortados. Esos ojos, hoy, vuelven a dominar en la exposición Picasso. Primera Mirada. Es difícil saber qué siente un hombre tan superdotado para una habilidad y un lenguaje reservados al saberse tan terrible animal de seducción. Los ojos de Picasso dibujados en carboncillo eran y serán un misterio espía sobre la pared de un museo, la mirada de Ulises regresando y el símbolo oculto de un deseo: una mujer que conoció al genio antes de que fuese su suegro, cuando era una ceramista joven -¿sucumbió también por él?- devuelve sus ojos a su tierra y completa el círculo. Me interesan menos las 182 obras y el museo, la riqueza imparable que Picasso generará a Málaga como los motivos de la generosidad de dos personas salidas del peculiar entorno de un genio: Bernard y Christine. Hijo y madre no han venido a hacer negocio. Resulta doloroso tener aún que soportar a quienes no entienden que alguien haga algo sin el objetivo del enriquecimiento monetario. Hay políticos y periodistas que siguen sospechando "¿cuánto se llevan?". Es necedad asistir con rencor a este regreso. Hay venerables académicos como Alfonso Canales que siguen sintiendo un desdén inapropiado para gente de tan vasta y gaya ciencia. Hasta Celia Villalobos cede, consciente quizá de que le han sobrado aspavientos. Pero hay también excesos de la parte generosa. La expulsión el miércoles de los periodistas del Museo Picasso una vez se acabó la rueda de prensa mientras toda Málaga -otros periodistas incluidos- entraba, bajo la excusa de que molestamos a Christine, fue cosa de causar justa indignación: bajo esta condición tan abyecta y urticante de cronistas, también se tienden, se han tendido y se tenderán puentes de sentido común a proyectos tan hermosos como el Museo Picasso. Desde ahora será difícil no acabar arrastrados por la ola póstuma de aquel Ulises que hacía de la proeza un ritmo cotidiano. Tampoco para su familia ha sido fácil. Ni para esta ciudad correr deprisa a donde no había pensado nunca llegar. El gesto de Christine y Bernard es una carta de amor que compromete. "Elegí Málaga porque Picasso no había muerto en el corazón de los malagueños y por eso pensé que era importante que viniera a ellos su obra", dijo la que fue joven ceramista. Bernard abrió la caja fuerte de sus tesoros y ha comenzado a tender puentes. Así de simple. Vuelven a casa. HÉCTOR MÁRQUEZ
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