"¿Quién da más?"
El sueño dorado de cualquier ejecutivo de ventas -colocar casi 1.000 millones de pesetas en cinco horas- se hizo realidad ayer en Málaga. Una subasta de lujo, promovida por Gesinar, sociedad inmobiliaria de Argentaria, puso en circulación 135 lotes de viviendas y locales comerciales. Tras dos sesiones rápidas y concisas, con música de murmullos asombrados y atmósfera de cine, se adjudicaron 100. La organización lo considera "un gran éxito", a pesar de que ha recaudado justo la mitad de lo esperado. Pero es que éste es un buen negocio, se mire como se mire. Gesinar realizó una campaña publicitaria muy importante, que lejos de limitarse a los anuncios impresos y a las cuñas radiofónicas, desplegó avionetas y banderolas gigantes por los cielos de la provincia. Alquiló un restaurante con su salón de festejos correspondiente en los Montes de Málaga; contrató los servicios de numerosas azafatas vestidas de rojo y agasajó a los futuros propietarios con un cóctel al mediodía y otro al anochecer. Y todo este dispendio apenas les costó el 2% de los beneficios de la subasta. El público desbordó las previsiones de la empresa. Habían calculado que unas 500 personas iban a acudir a la subasta, y se presentó casi un millar. Faltaba sitio para aparcar los coches, grandes y lujosos en su mayoría. Había matrículas alemanas, danesas, de Madrid, de Barcelona, de Bilbao, de todas las provincias andaluzas... Los compradores, con aire de serena riqueza y mucho oro sobre el cuerpo, se amontonaban en la sala, luchando civilizadamente por una silla, tomando notas sobre el catálogo y abanicándose con la paleta de cartón que les servía para pujar. El centro de la sala lo ocupaba la tribuna, donde el presidente de la subasta, de pie, con la ayuda de su voz, clara y potente, y de un cubilete de madera con el que daba golpecitos secos en los momentos estratégicos, se hacía eco de las pujas y las adjudicaciones. "6.200.000 a mi izquierda, ¿alguna oferta más?, gracias, 6.300.000 al fondo, 6.300.00 a la una, a las dos, a las tres, adjudicado". En este punto, una azafata se acercaba al vencedor y le pedía sus datos. Otras se ocupaban del resto de los que habían pujado, para asegurarse que el lote se vendía efectivamente, sucediese lo que sucediese. "Porque el ganador podría desaparecer sin dejar rastro, sería una forma de reventarnos la subasta", explica en secreto uno de los organizadores, "y en ese caso se adjudicaría el lote a su adversario en la puja". Los perdedores y los desencantados podrán sacarse la espinita acudiendo a la nueva subasta que, con toda probabilidad, se celebrará antes de fin de año en Sevilla.
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