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La Triple Alianza

Antonio Elorza

Los números de Deia correspondientes al pasado fin de semana se encontraban plagados de datos históricos de interés. Un colaborador equiparaba la situación de Treviño sometido a Burgos a la de Tíbet por China, otro informaba a los sufridos lectores de que los vascos disfrutaban ya de un "esbozo de régimen foral" con la llegada de los romanos, y sobre todo Xabier Arzalluz, con su habitual finura de análisis, revelaba que "los partidos españoles llevan 75 años zumbándonos", lo que, echando cuentas, quiere decir que en 1923 fueron ellos quienes dieron el golpe de Estado de Primo de Rivera. En la misma velada, cuya crónica presenta el diario, el líder del PNV hizo otras observaciones de sensación, tales como que la dinastía que nos preside es la de Borbón, pero que bien pudiera haber sido la de Bonaparte o la de Bernadotte si a Napoleón las cosas le hubieran ido mejor. Un testigo privilegiado, Iñaki Anasagasti, describe la escena con arrobo: "Xabier Arzalluz, inspirado, sacó la historia a pasear (sic), y desde el alcalde de Móstoles a los Reyes Católicos salieron a relucir... Lo hizo muy bien y dejó a la audiencia boquiabierta". Era para estarlo.Posiblemente, el público que asistió al paseo de la historia a cargo de Arzalluz se encontraba ya favorablemente predispuesto, ya que se trataba de los participantes en la reunión de partidos nacionalistas de Galicia, Euskadi y Catalunya en Barcelona. Allí destacó la intervención clarificadora de Beiras, por el BNG, al definir como "irreversible" el paso dado en "el proceso de avanzar hacia la autodeterminación de Catalunya, el País Vasco y Galiza". Tampoco tuvo pelos en la lengua Arzalluz cuando formuló a los asistentes la pregunta de si preferían ser gobernados desde Madrid o desde sus respectivas naciones. No hizo falta al cronista de televisión recoger la respuesta. Tampoco es preciso comentar, aunque sí reseñar como síntoma de la forma en que van a ser acogidas las críticas, la brutalidad del insulto dirigido por el profesor Beiras contra un colega catedrático que al parecer se preguntó en un comentario por la constitucionalidad de este proyecto político, al que muy pronto se ha adjudicado la etiqueta de "Galeuzca" por los antecedentes históricos de esos encuentros tripartitos.

Aunque la denominación tal vez más adecuada sea la de Triple Alianza, que evocaría la primera de tales reuniones, celebrada en septiembre de 1923 en Barcelona por los partidos nacionalistas radicales de las tres nacionalidades, con un claro predominio de los mensajes de ruptura. En la Galeuzca de 1945-46, en un marco de opiniones amplio, se apunta a una solución federativa, de reconstrucción desde las nacionalidades, mientras que ahora, a pesar de las coincidencias en la forma, se sigue justamente la dirección inversa. Éste es el verdadero problema que plantea la reunión de Barcelona: no se trata de reorganizar el Estado, adecuando su organización actual a los requerimientos del proceso de unificación europea, sino de transformar en profundidad aquél con una fórmula confederal -por ensayar en el mundo de hoy-, como paso previo de forma explícita en nacionalistas gallegos y vascos hacia el gobierno pleno por sí mismos, a lo cual corresponde un nombre inequívoco en el vocabulario político.

Es, pues, una lógica de disociación que tiene muy poco que ver con el problema real de ajuste técnico de Estado y autonomías a la nueva Europa, aun cuando esto sirva de pretexto. Ciertamente, el contenido de la soberanía y la distribución de competencias se modificarán profundamente, pero eso no implica que tenga lugar una reconversión de la Europa actual de los Estados en la Europa de las identidades y de las etnias a que apuntan PNV y BNG, con el acompañamiento de CiU, con un enjambre de luxemburgos, valonias, bretañas o euskadis, es decir, de entidades minúsculas por protagonistas.

Por otra parte, no es cierto, como proponen los "tres aliados" -que, por lo demás, no son Galicia, Euskadi y Catalunya, sino tres de sus partidos-, y apunta en su artículo Ferrán Requejo, que la Constitución de 1978 implique una organización del Estado basada en la descentralización a partir del principio de "un Estado, una nación". Hay que leer todo el artículo segundo y valorar sin antEojeras lo que ha sucedido en estos últimos años: ver en la Catalunya o en la Euskal Herria de hoy una mera región, en todos los niveles de la política, constituye simplemente un despropósito. Otra cosa es que se asimile España a Yugoslavia o al Imperio Austrohúngaro al hablar de "plurinacionalidad" y se quiera en consecuencia emprender el camino que a tales realidades correspondió. Pero ni la Constitución, ni su desarrollo, ni la configuración plural de las nacionalidades en España autorizan esa lectura interesada.

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