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Elogio de la inoportunidad

Josep Ramoneda

La última operación judicial contra el entramado empresarial de ETA ha vuelto a poner de actualidad un argumento recurrente: la inoportunidad política. Unos apuntan a la proximidad de las elecciones, otros a las conversaciones del PNV con el mundo de HB, para considerar demasiado oportuna o demasiado inoportuna la actuación judicial. En realidad, ante cualquier decisión, se pueden encontrar siempre razones para entender que no llega en el momento adecuado. El argumento de la inoportunidad en la cultura mediática es un recurso impagable: permite criticar una decisión en primera reacción si no se encuentran motivos mayores de desacuerdo. También los periodistas practicamos el oportunismo. Y, sin embargo, en un país donde alguna generación ha pasado de pedir lo imposible a la apología de la sensatez, sin bajar del prejuicio y dejando muchos jirones de dignidad por el camino, el principio de oportunidad agobia la expresión libre.Sin duda, el factor oportunidad cuenta en la definición de las estrategias políticas. La política actúa sobre los hombres y seguro que una misma propuesta puede tener eficacia persuasiva distinta según el momento en que se plantee. La oportunidad política es, en este sentido, encontrar el momento adecuado para conseguir un mayor consentimiento a la hora de definir un objetivo y unos medios para alcanzarlo. Pero el uso abusivo del principio de oportunidad tiene un nombre: oportunismo. Y éste puede darse por exceso o por defecto. Es oportunismo escoger el momento de tomar una decisión estrictamente en función de los intereses políticos que pueda reportar a quien la toma. Pero también es oportunismo no tomar una decisión que podría ser necesaria para el bien común por puro interés partidario. Por lo general, se repara más en el primer caso, el oportunismo por exceso, que en el segundo, que probablemente se da con mayor frecuencia.

Pero este principio de oportunidad que forma parte de la lógica política no debería regir ni en lo judicial ni en lo mediático. La obligación de los jueces es perseguir una conducta delictiva cuando tienen conocimiento de ella. Toda postergación, cualesquiera que sean las razones, coloca al juez en falso, por mucha razón de Estado que le ampare.

Del mismo modo, los periodistas y los intelectuales deben decir lo que creen que tienen que decir, independientemente de que sea o no sea oportuno y, sobre todo, deben decir lo que piensan y no lo que creen que la gente tiene ganas de oír, porque esta búsqueda de la complacencia y el aplauso es una de las formas más características del oportunismo mediático. El oportunismo es un fraude al lector que espera encontrar precisamente en los periódicos cierta desinhibición del pensamiento que no se da en el lenguaje hiperpautado de los políticos. La confusión de papeles que arrastramos por falta de tradición democrática hace que jueces, periodistas e intelectuales se sientan, a menudo, llamados a arreglar el mundo y a asumir funciones políticas que no les corresponden. Del principio de oportunidad ya se ocupan, en exceso, los políticos. Precisamente la inoportunidad debería ser la virtud de los jueces, de los periodistas y de los intelectuales.

Inoportunidad de los jueces porque la persecución de un delito en los territorios de la política o de los dineros nunca será considerada oportuna, a pesar de que en estas actuaciones se juega buena parte de la credibilidad del sistema. Inoportunidad de los periodistas porque su obligación consiste en contar lo que saben y no lo que los poderes políticos o económicos quieren que se cuente. Inoportunidad de los intelectuales que están sometidos al principio de incredulidad ("pensar es aceptar que los prejuicios no pueden ser compartidos en tanto que prejuicios") que les invita a dar la vuelta al calcetín de los consensos sociales, de las medias verdades, de las grandes mentiras y de las complicidades de las clases dirigentes.

El principio de oportunidad es una fábrica de tabúes, una limitación permanente de lo que se puede decir, que sólo sirve para enquistar problemas, que tarde o temprano acaban estallando y para aumentar la pasividad social y la indiferencia. Y una sociedad indiferente difícilmente tiene las defensas democráticas activadas. Es decir, esta expuesta al oportunismo permanente. Basta estar atento a la pantalla para darse cuenta de las sobredosis de oportunismo que se inyectan a la sociedad todos los días.

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