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Felipe González no se retira

El ex presidente expone un discurso político propio de un líder en activo

Felipe González ni está retirado de la política ni quiere que se le vea como si lo estuviera. Todas las reflexiones que hizo en El Escorial el pasado lunes estuvieron cargadas, más incluso que de críticas al Gobierno, de identificación con valores que él considera que comparte la mayoría de la sociedad española. Algo especialmente significativo si se tiene en cuenta que él mismo explicó que el liderazgo político consiste en una conexión entre "un proyecto de país y un ethos", una aspiración social mayoritaria que tiene que ver con valores compartidos más que con intenciones de voto.Instalado en esa perspectiva, González quiere aparecer en este momento como un inequívoco defensor de la Constitución y de sus valores -especialmente la cohesión social y territorial- en contraste con los que no la aceptaron en 1978 -el PNV, por ejemplo- o aquellos que no la han asumido cabalmente en lo que tiene de plasmación de las reglas de juego -algunos gobernantes del PP, a su juicio-. A la vez, trata de subrayar su perfil de gobernante capaz de preservar la autonomía del Gobierno frente a presiones de intereses particulares. Para que no quede lugar a dudas sobre su activa posición, sentenció: "No veo la política desde fuera sino desde dentro. No me retiro. Los intentos que hacen para retirarme me animan muchísimo a seguir".

González no se limita a criticar comportamientos del Gobierno de Aznar, al que acusa de carecer de "un proyecto de país", sino que vuelve a transitar por un camino que frecuentaba cuando deseaba erigirse en un líder centrado: la provocación, el atrevimiento contra lugares comunes de la izquierda. El ex secretario general del PSOE echa en falta "voluntad de emprendimiento" y pide que se eduque en el hábito de tener iniciativa. En un momento en que Julio Anguita prodiga discursos ideológicos y también José Borrell reivindica el valor de la ideología, González subraya que le producen cierta repugnancia intelectual las invocaciones a la ideología cuando ésta resulta ser "una carcasa, que cuando la abrimos no contiene ninguna idea". Lo importante, se desmarca, es tener ideas y, en ese terreno, aceptar un cierto mestizaje.

Aprovechando un término acuñado por los ecologistas, Felipe González levanta la bandera del respeto a la biodiversidad cultural de España, a la vez que critica lo que hay de excluyente en los nacionalismos. Se cuida de matizar que Cataluña nunca ha transferido tanta riqueza al resto del país como desde que existen las autonomías, y a la vez advierte que los nacionalismos autonómicos tienden a imitar comportamientos propios de la construcción de los Estados-nación, lo que daña el pluralismo interno de las comunidades donde gobiernan. En ese punto, González realiza una crítica contundente al Gobierno: "Si se rompe la cohesión, la desagregación está servida. Y vamos en esa dirección. No se trata de reducir el reparto de poder, yo soy partidario de la subsidiariedad; se trata de tenerlo claro. Y ellos [los gobernantes populares] no lo tienen ni mínimamente claro".

Para ilustrar la improvisación y falta de meditación que, según él, acompaña a las actuaciones del Gobierno, ironiza sobre la forma en que se está produciendo el tránsito de la mili al Ejército profesional: "El delito de insumisión en este momento consiste en haber nacido cuatro años antes que un hermano". Y lamenta que los gobernantes estén más pendientes de las preferencias de la opinión pública mostradas por las encuestas que de conducir proyectos constructivos aunque sean impopulares. El ejemplo que pone es el de Kohl que, a pesar de contar con un 85% de la opinión pública alemana en contra del euro, ha decidido llevar adelante el ingreso en la moneda única y dejar para luego el veredicto de las urnas.

Tras reprochar al PP que haya roto el hábito mantenido desde la transición, ejercer la política sin rencor, González hace un quiebro para esquivar la acusación de generalizar y advierte que él no confunde "el pepé con el pepejotismo".

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