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Tribuna
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Las otras

Rosa Montero

De todos es sabido que la historia la suelen escribir los vencedores. La memoria colectiva ha mostrado siempre una inquietante tendencia a convertirse en la mera versión de los poderosos; el pasado oficial no es sino la construcción narrativa del más fuerte. Tal vez una de las características más enriquecedoras de los sistemas democráticos es que permiten la emergencia de las otras voces, de las otras versiones del ayer. Permiten crear una conciencia histórica mucho más ambigua y más plural, más acorde con la realidad, que es tornasolada y paradójica.Pensaba en todo esto hace un par de días, visitando la formidable exposición sobre Felipe II que hay en El Escorial. En primer lugar porque, en la línea de Kamen y otros modernos investigadores, rescata al complejo e interesante rey Felipe de la esquemática leyenda negra que tejieron los imperios enemigos (que triunfaron en la historia sobre nosotros, y de ahí el poder de su versión). Pero además porque la comisaria de la muestra, Carmen Iglesias, ha tenido la brillante y sugestiva idea de usar como hilo argumental a las mujeres que rodearon la vida del monarca. Mujeres importantes todas ellas, algunas por la relevancia directa de sus actos, como doña Juana de Austria, hermana de Felipe y enérgica regente de España durante cinco años; o Isabel de Inglaterra, peligrosa enemiga en el exterior; o la inteligente princesa de Éboli, adversaria intramuros; y otras, como las cuatro esposas del rey, importantes también por el entramado de alianzas que representan. Todas tuvieron un peso, dejaron un poso; y, sin embargo, la historia oficial tiende a desdeñarlas, como siempre sucedió (¿y sucede?) con los desposeídos. Por eso la bella exposición de El Escorial alimenta el corazón y la cabeza: porque no sólo agranda el entendimiento de nuestro pasado, sino también el de la propia vida.

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