Ni payo ni gitano: demente
Los gitanos de La Vila Joiosa lo tienen muy claro: sólo hay un responsable de la muerte de Salvador Mas Riquelme, y ese es su presunto asesino. Mas Riquelme murió apuñalado en la noche del pasado jueves porque tuvo la desgracia de cruzarse -junto con su amigo José Tomas Hidalgo, que resultó herido en la cara- con Luis M. M., un enfermo mental de etnia gitana que le acababa de asestar un navajazo a otro joven, Ángel Alonso Soriano, que continúa en estado muy grave. El pueblo de La Vila culpa a todos los gitanos de los hechos. Éstos, indignados, se defienden: "Ese ni es payo ni es gitano: es un loco". Mentar el tema de la muerte del joven en el casco antiguo de la localidad pesquera, donde reside la mayor parte de la población de etnia gitana, levantaba ayer un gran revuelo de quejas y reivindicaciones. "¿Se creen que a nosotros no nos da pena que haya muerto ese chaval? ¡Pero si le conocíamos! A lo que no hay derecho es a que paguemos todos por lo que ha hecho uno. Los gitanos de La Vila queremos justicia, pero no racismo", se defendían ayer varios jóvenes en las calles bajas de La Vila Vella, como se conoce en la población al barrio de casas multicolores que desemboca en la playa. Desde el trágico suceso se han sucedido las manifestaciones de protesta en las que vecinos han coreado consignas dirigidas contra todos los gitanos y que pedían su expulsión del pueblo. También se ha puesto en práctica en varios comercios de la localidad un apartheid contra las personas de etnia gitana. A José Miguel Granados, payo casado con una gitana, no le vendieron tabaco en un bar, alegando que estaba cerrado, mientras los parroquianos apuraban tranquilamente sus cañas en la barra. Los gitanos jóvenes no pudieron salir a divertirse en la noche del sábado porque les negaban la entrada a todos los discobares. Y luego están los insultos. "Nos da miedo subir al centro. Nos llaman asesinos, nos dicen que no somos personas, que somos animales. Y si no te dicen nada, te clavan encima unas miradas que matan", denunciaba el joven Andrés García. Los integrantes del colectivo gitano de La Vila piden ser considerados "tan ciudadanos como los payos del pueblo". Algunos de ellos llegaron hace 40 años y sus hijos nacieron y fueron bautizados en la localidad. "Dicen que nos vayamos, ¿pero dónde vamos a ir, si somos de aquí? Nosotros somos españoles y si me preguntan: "¿quién es tu rey?", yo contesto que Juan Carlos", señaló el joven José Antonio García. En La Vila Vella, la mezcla interracial ha desembocado en un clima de tolerancia. Antonio Pérez, un payo que creció en el barrio, aseguraba que nunca ha tenido problemas con sus convencinos. Los Meyer, un matrimonio noruego que posee en el barrio una casa en la que pasa los veranos y los otoños, acertaban a descalificar la reacción de los habitantes payos de La Vila: "El racismo es muy malo, nosotros siempre bien con él". Él es Francisco Moreno, un gitano padre de ocho hijos que es su vecino y les cuida la casa cuando vuelven a Noruega. Moreno y otros patriarcas aseguraban que el padre de Luis M. M. pidió en reiteradas ocasiones al alcalde y a un juez que internaran a su hijo en un centro psiquiátrico "porque no estaba para andar por la calle". Según ellos, el juez contestó: "Hasta que no cometa un delito, no podemos hacer nada". "¡Bueno, pues ya lo ha hecho! Y ahora nos echan la culpa a los gitanos, cuando es más culpa del juez que nuestra", protestaron casi al unísono varias de las personas con cuyos testimonios se ha elaborado este reportaje. Ahora, Luis M. M. está recluido en el psiquiátrico penitenciario de Foncalent. Aunque gran parte de las personas que acudieron a las protestas por el asesinato desvelaron sentimientos racistas, se escucharon voces que intentaban matizar las consignas y ponerlas en singular: "asesino" en vez de "asesinos". También ha habido quien, como las Juventudes Socialistas, achacan a "un grupo de fascistas" las agresiones que sufrió el alcalde, el socialista Juan Segovia, durante el entierro. La comunidad gitana quiere manifestarse contra el clima de rechazo que se ha generado en la población desde el jueves. Anteayer se reunieron los mandos de la Guardia Civil con los dirigentes de la Asociación Gitana y los representantes de la Iglesia Evangélica, a fin de impedir incidentes. En este sentido, efectivos del instituto armado se apostaron durante todo el viernes en algunas de las entradas principales al casco antiguo para impedir que manifestantes exaltados agredieran a los gitanos. Sobre los pensamientos de éstos vuela el recuerdo de Martos, la población jienense en la que una manifestación racista acabó con la quema de las viviendas de familias gitanas. Hay miedo por si alguien decide hacer pagar a todos los gitanos por el crimen cometido por uno de ellos, pero, sobre todo, hay indignación y pena. "Los habitantes La Vila nos han decepcionado", resumió Miguel Moreno, gitano y nacido en el pueblo hace 30 años.
La droga como moneda de cambio
Aunque Luis M. M. no es drogadicto, la delincuencia generada por el tráfico de drogas ha sido utilizada como excusa por los que demandan la expulsión de los gitanos de La Vila Joiosa. Los vecinos acusan a las personas de esta etnia de traficar con sustancias estupefacientes o de o encubrir su venta y de generar un clima de inseguridad en las callejuelas de la Vila Vella. Los habitantes del barrio reconocen la existencia de algunas familias que trafican, pero creen que esta práctica no puede hacerse extensible al resto de vecinos. Los gitanos se turnan desde el jueves para impedir el acceso de los drogadictos a las viviendas donde habitualmente compran sus dosis. Ayer mismo, una pareja de toxicómanos fue obligada a abandonar el barrio por los propios gitanos, en presencia de una pareja de la Guardia Civil. "El pueblo gitano se ha comprometido a erradicar la droga del casco antiguo, siempre que la gente de La Vila nos trate como personas", dijo uno de los patriarcas gitanos que ayer tomaban el fresco bajo un árbol. El siempre espinoso problema de la venta de drogas y las consecuencias de inseguridad ciudadana que lo acompañan no impide que algunos pretendan utilizarlo como moneda de cambio. "Dile al alcalde que en una semana se acaba la droga en el barrio", le pedía un joven a un periodista de una emisora local, "pero si él le da a esas familias un trabajo, aunque sea de barrenderos". "Si no tienen qué comer, la droga volverá", advirtió.
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