Este Gobierno no es de centro
Lo primero es siempre darse cuenta del punto de partida. La mínima crisis de Gobierno que ha supuesto la salida de su portavoz debiera ser aprovechada para seguir una coherente política de centro, hasta ahora perceptible por su ausencia. El Centro, para el PP, no ha sido una ideología ni tampoco un programa. Fue un banderín tardío, aunque prometedor, poco antes de las elecciones. Después, simplemente, se olvidó y de su resurrección, de forma esperpéntica, en labios del difunto Rodríguez, más vale ni hablar. Seamos sinceros: los centristas que el PP adquirió como afiliados por el mismo acto quedaron amortizados.Este Gobierno es de derecha. Tiene, eso sí, unas gotas de centrismo en la capacidad de pacto de Arenas con los sindicatos o en la todavía modesta regeneración política consensuada de Rajoy. En sus filas milita, quizá, el mejor ministro del Interior de la democracia. La política liberal de Rato, beneficiada por el ciclo alcista, era necesaria y es posible que señale un rumbo irreversible de la economía española. Pero todo ello junto sólo equilibra hacia la derecha otros componentes que se denominan prepotencia, sectarismo, incompetencia en grado superlativo, sobrecarga ideológica ultraliberal y, sobre todo, esa garrota pueblerina que esgrime con asiduidad el Sr. Álvarez Cascos. Este Gobierno no es ni franquista ni autoritario, pero tiene un peso muerto de derecha tradicional española que no es necesario y resulta contraproducente.
La crisis política ha sido mínima. Eso implica autosatisfacción en quien la ha hecho, pero dificultades complementarias en los que tienen que convertirla en significativa. Se perdonará, por tanto, la práctica de la virtud del consejo, al que conviene dar la forma de decálogo sentencioso para mejor comprensión del alumnado. Helo aquí:
1. Gobernar no es mandar; tampoco dar miedo. Ambas actitudes no demuestran autoridad, sino insolvencia y complejo de inferioridad. Con el paso del tiempo resultan, además, ridículas. Conviene recordar el ejercicio humilde del poder que nos enseñó Suárez.
2. Hay límites para el consenso, pero también para la confrontación. Como en política española todo es susceptible de empeorar, se puede buscar la confrontación casi siempre y acabar pactando de forma inmediata. Eso reduce al ciudadano a la condición de idiota contemplativo.
3. La sociedad civil no es el "inmediato tropel de los afines" (Ortega). Para quien está en el poder resultaría grato que fuera así, pero, para su desgracia, no suele suceder. Además, los del tropel suelen acabar traicionando cuando tienen claros intereses propios.
4. Una mala noticia: los pobres y los marginados existen. A veces aparecen en la prensa menos que los tipos de interés, pero no hay duda de que la frase anterior es cierta. La política es también compasión.
5. No hay que pensar en que el Estado mínimo sea posible, pero conviene no dejar de pensar nunca en la óptima cantidad y calidad de Estado. La furia esteticida de los ultraliberales encierra promesas incumplibles. Eso sí, evita las molestias de hacer reformas complicadas.
6. Quizá es imposible que nos pongamos de acuerdo en sentimientos nacionales, pero la gresca gratuita con los nacionalistas, sumada al pacto chapucero, puede ser trágica a medio plazo. Nada resultará más positivo, en cambio, que mostrar lo mucho hecho compartiendo el camino.
7. No existe una política exterior de centro, pero hay ideas de centro para una política exterior. Con ese talante se hubiera evitado el absurdo resbalón cubano, que demuestra que la diplomacia es un arte que no se conquista por todos.
8. Un error político se puede solventar; la agresión a un medio de comunicación, a menudo no. Peor es aún fabular, con dinero público o semipúblico, una armadura mediática.
9. El número uno siempre es responsable principal del talante del Gobierno. Y -amenaza en lontananza- ahora hay ya media docena en su propio campo que son mejores candidatos que él.
10. El Centro es inevitable. Puede ser la izquierda de la derecha, pero, de lo contrario, acabará siendo la derecha de la izquierda. Casi no necesita prueba, pero basta mirar el contenido pasado de las urnas
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