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El hombre que se atrevió a cambiar el curso de la justicia

Tito, como llaman en la intimidad sus secretarios, la familia y los amigos al juez Roberto Marquevich, sabe dónde se mete. En 1997, tras una paciente investigación, ordenó la requisa de 2.000 kilos de cocaína y los teléfonos en los que se le podía encontrar ardían de amenazas contra su vida. La pasada semana recibió una carta con membrete del Ejército argentino en la que un desconocido comando lo sentenciaba a muerte. Todo lo que hizo fue denunciar la amenaza ante otro juez. Ni siquiera pidió una escolta.Marquevich, de 50 años, casado con tres hijos y ex jugador de rugby, fue secretario de la Corte Suprema de Justicia y asumió el juzgado federal de San Isidro, al norte de Buenos Aires, a fines de 1991. "Aguanta las presiones y no se arruga", dicen las Abuelas, que confían en él. El pasado 9 de junio ordenó que Videla fuera trasladado a una cárcel de presos comunes y su decisión, sumada a las iniciativas de otros jueces, empezó a cambiar la historia y a recomponer la deteriorada imagen que la justicia argentina tenía ante la sociedad. Con él quizás haya comenzado la generación de manos limpias argentinos.

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El juez Marquevich sabe que ahora debe sostener el pulso con los tres jueces de la Sala Primera del Tribunal Federal de San Martín, la instancia superior, que ya han revocado decisiones suyas en otros casos y podrían ordenar el traspaso del expediente a la competencia militar. "En dos o tres semanas se decide todo", dicen los empleados del juzgado, "pero los fundamentos que Tito redactó en casi doscientos folios son muy sólidos". Marquevich ordenó el arresto de Videla en el curso de la investigación que comenzó tras las denuncias de la organización Abuelas de Plaza de Mayo, que reclamaban por los niños nacidos en cautiverio en El Campito, un centro clandestino de detención que funcionaba en la guarnición de Campo de Mayo, al noroeste de Buenos Aires.

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