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FERIA DE SAN FERMÍN

El 'colorao'

Un toro suelto, de la ganadería Domecq, protagoniza un encierro peligroso

Se quedó un toro. Por fin. La falta de aceras de Estafeta, ls temeridad de los legos, la sabiduría de los que presumen y la dureza del adoquinado quedó pendiente de que sucediera lo que de ayer. "El día que se quede un toro, lo sabremos", con esta fase, la más pronunciada desde el día 7, igual se zanjaba un debate gastronómico que una discusión teológica. En esto, llegó un toro castaño ojo de perdiz y las altas cátedras del lugar común enmudecieron. Se quedó. A la voz de el colorao se ha quedao, unos a otros proclamaban la buena nueva en pareado versallesco. "¿Qué ha pasao?" "Pues eso, que el colorao..."Pasadas las mareas humanas del excesivo fin de semana, la de ayer fue una jornada para los de casa. "Los mejores días para correr son al final de las fiestas y después de un fin de semana", dice Fermín Etxebe, un corredor de 57 años que frecuenta la calle Mercaderes. Se dieron todos los requisitos. Poca gente en comparación con los días precedentes y una ganadería con fama de impredecible: la del Marqués de Domecq. Estos toros tan queridos por las figuras gastan fama de navajeros insolidarios en lo que a los encierros se refiere. Lo explica Etxebe: "Aquí es al revés. Los miura, pablorromeros y todos los duros corren juntos y en manada. Los que tienen encaste más dulce, todo lo contrario". Y así fue.

Se abría la puerta del corralillo de Santo Domingo y allí, para desconcierto general, nada pasaba. Los toros se tomaban su tiempo antes de enfilar la pronunciada cuesta del inicio. Unos segundos después, el grupo avanzaba a velocidad de crucero. El colorao, de nombre Limpiaflores, dio el primer aviso. El que mejor lo escuchó fue J. S. Muro. Un varetazo sin más transcendencia era el contenido del mensaje que recibió el madrileño, de 43 años. En la calle Mercaderes, todos al suelo. Un cabestro se colocó de valla para que los demás toros ensayaran una particular versión de la carrera de obstáculos.

"Ha sido de lo más bonito. En este tramo, los animales todavía van a todo gas y las carreras que se pueden contemplar son explosivas, cortas y con mucho peligro", explica Etxebe. Poco después, la curva de la Estafeta rendía tributo a la tradición. De nuevo, todos al suelo. Entre la manada de negros, el castaño todavía permanecía agazapado entre sus hermanos. Al principio de la larga recta que conduce a la Telefónica, el colorao daba con su pesada anatomía en el suelo y adivino la buena nueva: se rezagó.

En ese preciso momento, empezó una modalidad de encierro inédita en estos sanfermines. La más peligrosa. El toro, derrote tras derrote, corría abanto lejos del calor de sus compañeros y sin pista de cabestros. Así, por delante, unas cuantas y preciosas carreras merced a una manada abierta que permitía la cita de mozos y pitones. Por detrás, el pánico. Por fortuna, Limpiaflores completó una carrera veloz y entre los múltiples arreones, ninguno fue de consideración.

De repente, la ausencia de aceras en Estafeta, hasta el momento alabada por todos, se descubrió un inconveniente. No había refugio alguno. Las limpias carreras de los más destacados corredores se volvieron más nerviosas y atropelladas. Las imprudencias (menos mal que no se presenciaron las de los días anteriores) se adivinaron fatales. A algunos hubo que el desayuno les supo peor que nunca y a otros la providencia les resultó más benevolente que otras veces. Lo dicho, no hubo discusión, gastronómica o teológica que no se viera afectada. Y todo porque el colorao se había quedao.

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