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"Las mujeres tienen derecho a elegir cómo dar a luz"

A sus 84 años, con una memoria prodigiosa y una extraordinaria lucidez mental, Consuelo Ruiz Velez-Frías, matrona jubilada, recuerda su rica y azarosa vida. Esta mujer, nacida en Madrid al comenzar la Primera Guerra Mundial, que habla cuatro idiomas y tiene las paredes de su casa tapizadas de libros, ha dedicado 50 de su vida a ayudar a las mujeres a traer hijos al mundo y a estudiar en profundidad el fenómeno del parto. Y sigue en la brecha, a pesar de haber sufrido un infarto cerebral que le ha dejado como secuela paralizada parte del lado izquierdo del cuerpo.El tesón, la tenacidad y el coraje caracterizan la actitud vital de esta diminuta mujer de 1,50 metros de estatura, que defiende hasta el paroxismo "el derecho de la mujer a elegir cómo dar a luz".

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"Yo no abogo a toda costa", explica, "por el parto en casa. El parto está tan medicalizado, tan programado, tan dirigido y tan intervenido, que las mujeres ya no paren, sino que les traen sus hijos al mundo".

En realidad, nunca había pensado en hacerse matrona, porque "quería ser maestra", pero parece ser que el destino se lo tenía reservado. Huérfana de madre desde los ocho años ("ella me enseñó a leer y a escribir y a ser persona"), abandonó el domicilio familiar a los 17 años "por los malos tratos de la madrastra" y a los 19 se casó con Luis Zapiráin Aguinaga, uno de los fundadores del Partido Comunista de Euskadi. Al acabar la contienda civil española y dar por desaparecido a su marido (al que encontró "casi por azar 40 años después", y que la ha acompañado hasta su muerte), Consuelo se dedica a cuidar a su hija.

La reacción en contra de sus ideas por parte de ciertos sectores hizo que abandonara España y viajara por muchos países. En Roma trabajó seis años en dos de las mejores maternidades. En esta ciudad desarrolló el parto natural, sin medicamentos y sin intervención, que pasó a llamarse parto a la española.

Regresa de nuevo a Madrid y empieza a trabajar en el Equipo Quirúrgico Municipal de Montesa, en el que estuvo trabajando hasta su jubilación. Consuelo no cree en la maldición bíblica de parir con dolor y la atribuye a "una mala interpretación de las Sagradas Escrituras y a un miedo atávico que se ha ido transmitiendo secularmente".

De esta manera justifica que duelan las contracciones uterinas, cuando "no tendrían por qué ser dolorosas, al igual que no lo son las contracciones del corazón".

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