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Las soluciones como problema

En el último año hemos asistido a un impresionante aluvión de propuestas de solución al problema de la violencia en el País Vasco que se añaden -no cabe decir "se suman", pues en este terreno casi nada se suma a nada que ya exista, más bien todo se resta o se divide- a la no menos impresionante cantidad de propuestas que ya estaban sobre la mesa, eso sí, en distintos grados de descomposición. Tres foros de intelectuales; la propuesta Izan de Elkarri y las matizaciones constitucionalistas de Herrero de Miñón; el plan del lehendakari; el foro sobre Irlanda convocado por HB; la recientemente creada Fundación Santi Brouard; la propuesta de Vicenç Fisas; el decálogo (¡oh cielos!) de Bakea Orain; el noruego Johan Galtung con sus reflexiones sobre la conveniencia de crear un órgano común entre Hegoalde e Iparralde que implique al Gobierno francés en el trabajo por la pacificación. Todas estas propuestas de solución se añaden a las muchas que ya están sobre la mesa desde hace tiempo: el Acuerdo de Ajuria Enea; la denominada Alternativa Democrática de ETA (rebasada por la izquierda por Galtung, pues se conforma con plantear cuestiones relativas a Hegoalde); las diversas posturas existentes en los diversos partidos políticos (siempre más de una, al menos dos por partido); un sin fin de propuestas unipersonales, etc. Y esto es sólo lo que conocemos. Escribió Marx que la humanidad sólo se plantea aquellos problemas para los que tiene solución. Se trata de una frase redonda que engarza con una afirmación de sentido común que suele usar con cierta frecuencia un buen amigo mío: si no tiene solución, no es problema (aunque pueda fastidiar un montón, suele añadir). Pero, ¿cuántas soluciones puede tener un problema? Aunque sólo sea a modo de hipótesis, ¿cuántas soluciones razonables caben en relación a un problema? ¿Es posible que un mismo problema pueda tener una veintena de soluciones? La cosa tiene su importancia, porque da la impresión de que cualquier conclusión es razonable: tanto vale mantener que "hay que moverse" como encastillarse en la posición de "sostenella y no enmendalla"; tanto decir "sólo un camino, sin violencia", como "todos los caminos llevan a Stormont". ¿Será que los caminos del Conflicto son inescrutables? En el País Vasco vivimos una situación que podría ser analizada a partir del conocido principio de incertidumbre desarrollado por el físico alemán Werner Heisenberg, uno de los fundadores de la física cuántica. Tanto la física clásica como el sentido común nos dicen que cuando un cañón dispara una bala es posible medir tanto la velocidad del proyectil como su posición, a fin de trazar su recorrido mientras se traslada por el espacio; este recorrido es la trayectoria de la bala. Lo que Heisenberg descubrió es que resulta imposible hacer otro tanto cuando se trata de partículas subatómicas, como un electrón: podemos conocer su velocidad en un momento dado o su posición en otro momento, pero nunca podemos conocer ambas cosas a la vez. Concretamente, en el experimento de Heisenberg se comprobó que era posible saber que en cierto instante un electrón parte de una fuente y que poco después incide en una placa fotográfica que indica su destino, pero lo que nunca podemos saber es cómo llega desde la fuente hasta la placa; por tanto, resulta imposible conocer la trayectoria de esa partícula. Otro físico, John Wheeler, ha descrito el principio de incertidumbre mediante una hermosa metáfora: las partículas sub-atómicas son como un gran dragón humeante cuya cabeza y cola es fácil localizar, pero cuyo cuerpo está destinado a permanecer para siempre oculto tras una neblina impenetrable. No se trata de abandonar la búsqueda de soluciones. Pero sí de hacerlo con la humildad de quien se mueve por el incierto terreno subatómico de los imaginarios sociales. Y sabiendo siempre que lo único cierto es la trayectoria de la bala.

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